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la fermentación del hombre...

Me encuentro dispuesto en un espacio sellado, como en un frasco grande, como una damajuana macerando a un hombre ya fermentado. Pero no se trata de una queja, o mucho menos puede tratarse de algún pleito. Se trata de un estado, de una sensación, tal vez de la sensación más relevante para un ser que cree que el hombre es una planta y que la planta es un hombre. Tal vez muchos se pregunten cuál es la relación entre el hombre, la planta, la fermentación, el envase  e incluso el hombre y la planta. Hace poco estuve pensando en preparar macerados; no es que tenga actualmente mucha afición por los licores; recibí la influencia en un viaje laborar en la selva noreste del Perú, donde pude recibir diversas recetas: para el amor, la infección respiratoria, la circulación, la fiebre, etc. En su mayoría tenían como ingrediente, café y alcohol. Cabe considerar que históricamente los macerados fueron en sus inicios compuestos por hierbas medicinales. Probé algunos y pude comprobar la eficac...

Tribulaciones en la madriguera...

Justo un día antes, soñé. Una historia larga. Esa vez, mi sueño, pareció enviarme una premonición algo peculiar. Pobre Shakespeare, Ayy William, William, que pendejada es esa. Lo cierto es que en el mundo onírico de aquella madrugada, Dios era un escenógrafo, y estaba arriba, sobre la parrilla, moviendo las lámparas, alumbrando a donde se le plazca. Abajo, el hormiguero removido revoloteaba, sobreviviendo como pueden, total, ¿Hay otro modo de sobrevivir? En todas las escenas, luces azules o fucsias, unas tenues, otras duras, violentas. Quién sabe por qué, en ese momento tuvo que iluminarme a mí, con una lámpara de luz amarilla, intensa, de forma redonda, como en los conciertos. Fue iluminándome, de la misma manera en que perseguiría una rata por un laberinto de hojas secas. Mierda, William, no es una frase bonita, nada más. Ese día, me di cuenta que Dios estaba arriba, porque si hubiera estado abajo, lo mataba, quién sabe cómo. Teniendo como prefacio este argumento surrealista...

Confesiones para unos ojos espejos

No recuerdo si fue al escuchar las narraciones de François Vallaeys que me topé con una frase interesante. “Hace tiempo que nunca”. O será también a causa de los ajetreos de la mudanza que quedé sin espejo; el punto es que hace mucho que ya no veo la forma, sino el fondo de todo este cúmulo de pensamientos, sensaciones e impulsos que conforman mi YO. Hace tiempo no me observo profundamente, ahora lo hago y me hallo distraído, como mirando más allá, como atrás de la cortina, sosteniendo el amor como aguantando el aire a punto de sumergirse en el agua, iniciando la cuenta regresiva, ya van varios días que sostengo el amor y no lo suelto. Me observo como a las frutas del bodegón, como la pera o la granadilla y sus puntitos, su brillo y su constelación de color en la que empiezo a perderme como jugando. Encuentro a mi cuerpo como las frutas, con colores diversos e inexplicables, sensaciones, texturas y pequitas marrones y otras más claras, resaltando sobre el brillo de lo que soy; tal...

Narraciones de un amor sin itinerario

Se trataba de caminar, nada más simple que eso. Estaba acostumbrado a soltar palabras mientras la acompañaba a la universidad, al parque de todos los viernes, a la cafetería, a la licorería de a cada rato. Siempre había que caminar, incluso cuando descansábamos echados en algún lugar, algo en nosotros andaba, algunas veces a trote, otras ocasiones un poco más lentos; pero nunca habíamos estado detenidos, como el reloj absurdo del abuelo. Hablábamos de todo, y los pies, seguían, seguían. Incluso dormidos sus pies no dejaban de jugar con los míos. Me gustaba sentir como quemaban sus muslos y jugaba con las blondas de la prenda que llevaba entre las piernas, pero sus pies eran toda la magia, acariciaban más que brazos de madre. Podíamos estar o no estar en algún sitio, siempre había un nuevo lugar, deambulábamos como libélulas en un paraje de flores relucientes. Siempre con algo que decir y con mucho que callar. Una vez le pregunté si había pintado algo con los pies y me aseguro que ...

Quería contarte que no he aprendido nada

Quería contarte que no he aprendido nada, que sigo siendo un camino misterioso, una ruta sin escape y sin final feliz. Justo en este momento tengo frío, aun cuando mi alma está abrigada, el café que suele ser amargo, se endulza y los ruidos de los gatos se disuelven por las melodías de "El traficante de mentiras". Jamás hubo tal mentira que fuera tan verdad, como el amor, por ejemplo. El ruido que entibia fantasmas en el cuarto contiguo, ese preciso instante en que el viento sopla contra las persianas; eso no existe. Es mentira; tu abrazo sí lo sentí. Quería contarte que no he aprendido nada, ni color cálido, ni frío. Solo sé que en algún momento estuve ahí, reflejando en tus espejos. Yo sé que eso no es relevante, como no lo son esos fantasmas que pululan en la otra habitación. No he pensado en nada, solo en ti. No pude prestar atención a ninguna escena de “The Birds”, porque nada tuyo podría estar disperso ahí, salvo el suspenso en que me detengo a pensar en ti. Si Hit...

Samy, la Salamandra albina

Es sorprendente, porque no me pides cuentos para dormir, sino tal vez para mantener el insomnio. Lo cierto es que me enredo en mis historias. La última vez me asomé por medio Oriente en un pasaje que nunca terminó, posteriormente la granja en medio de una peste, al más fiel estilo de Camus, pero con un vendedor de huevos que padece junto al autor buscando un final por lo menos aceptable. El científico que quería ser grande y se hizo pequeño. Algunas veces los cuentos saltan, casi con la misma fuerza en que saltan tus ojos enormes; hay momentos en que los cuentos brincan como pulgas en esos espacios insospechados. Ayer amiga, vi una salamandra blanca, justo cuando cruzaba la pista, eso no me lo vas a creer, porque la vi con su mirada tierna caminando como sonámbula, despreocupada, cruzar la pista con toda la parsimonia que tienen estos anfibios. Estiraba su pata como desperezándose y la botaba hacia adelante con el ademán de un gato juguetón. Quién sabe cuanta lástima me dio, nun...

Nostalgias de café.

Yo recuerdo con nostalgia y con orgullo, cuando él tenía siete y yo seis, cuando siempre había solución para cuando no había nada. Eran épocas en que el palto, el árbol de higo y el blanquillo aún daban frutos, eran épocas en que la casa aún olía a pan, olía a vida. Teníamos mil formas de crecer, la mayoría fueron jugando, a ratos sufriendo, pero en ese estado inocente, el sufrimiento no es ningún  placer. Escondidos en la habitación del tío William, rogando que nunca nos encuentre y menos en el preciso instante en que nos deleitábamos con las locuras de Ferrocabral, o cuando Neruda recitaba "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", nos acurrucábamos en la colcha marrón con rondelas de colores y reíamos con el paseo por México de Facundo, con Milanés y con la sensación inmensa que producía Silvio con "El Unicornio azul". Yo preguntaba qué son los unicornios, él siempre sabía que era todo (se lo inventaba). Como decía, en esas épocas nos regocijábamos, in...