Yo recuerdo con nostalgia y con orgullo, cuando él tenía siete y yo seis, cuando siempre había solución para cuando no había nada. Eran épocas en que el palto, el árbol de higo y el blanquillo aún daban frutos, eran épocas en que la casa aún olía a pan, olía a vida. Teníamos mil formas de crecer, la mayoría fueron jugando, a ratos sufriendo, pero en ese estado inocente, el sufrimiento no es ningún placer.
Escondidos en la habitación del tío William, rogando que nunca nos encuentre y menos en el preciso instante en que nos deleitábamos con las locuras de Ferrocabral, o cuando Neruda recitaba "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", nos acurrucábamos en la colcha marrón con rondelas de colores y reíamos con el paseo por México de Facundo, con Milanés y con la sensación inmensa que producía Silvio con "El Unicornio azul". Yo preguntaba qué son los unicornios, él siempre sabía que era todo (se lo inventaba).
Como decía, en esas épocas nos regocijábamos, incluso cuando escondieron la grabadora, perforamos la pared, sí, un hueco inmenso para poder entrar, robarnos los caramelos, alucinar con el carrito rojo de colección y otra vez, Piero, Silvio, Facundo Cabral y Milanés. Era un placer retroceder el Caset para escuchar el lado A, o adelantándolo para escuchar el B, revisando el texto de casi todas las cajas de los casettes, "Los mejores éxitos de...", fueron los mejores éxitos de nuestras vidas, cuánto quisiera que mi vida fuera como el casette de Neruda, meter el lapicero marca Novo 032 y darle mil vueltas como una élice para regresarla al principio o empujarlo al final.
Hay cosas que quisiera que vuelvan, pero el palto ha empalidecido en la casa de la tía Rosario, el higo florece y los pishgos se llevan sus frutos, el blanquillo fue arrancado de raíz, el horno erradicado, no hay señales de la grabadora, ni los casettes, solo nos queda, el recuerdo, Silvio, Neruda, Facundo y Pablo Milanés.
Escondidos en la habitación del tío William, rogando que nunca nos encuentre y menos en el preciso instante en que nos deleitábamos con las locuras de Ferrocabral, o cuando Neruda recitaba "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", nos acurrucábamos en la colcha marrón con rondelas de colores y reíamos con el paseo por México de Facundo, con Milanés y con la sensación inmensa que producía Silvio con "El Unicornio azul". Yo preguntaba qué son los unicornios, él siempre sabía que era todo (se lo inventaba).
Como decía, en esas épocas nos regocijábamos, incluso cuando escondieron la grabadora, perforamos la pared, sí, un hueco inmenso para poder entrar, robarnos los caramelos, alucinar con el carrito rojo de colección y otra vez, Piero, Silvio, Facundo Cabral y Milanés. Era un placer retroceder el Caset para escuchar el lado A, o adelantándolo para escuchar el B, revisando el texto de casi todas las cajas de los casettes, "Los mejores éxitos de...", fueron los mejores éxitos de nuestras vidas, cuánto quisiera que mi vida fuera como el casette de Neruda, meter el lapicero marca Novo 032 y darle mil vueltas como una élice para regresarla al principio o empujarlo al final.
Hay cosas que quisiera que vuelvan, pero el palto ha empalidecido en la casa de la tía Rosario, el higo florece y los pishgos se llevan sus frutos, el blanquillo fue arrancado de raíz, el horno erradicado, no hay señales de la grabadora, ni los casettes, solo nos queda, el recuerdo, Silvio, Neruda, Facundo y Pablo Milanés.
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