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Narraciones de un amor sin itinerario

Se trataba de caminar, nada más simple que eso. Estaba acostumbrado a soltar palabras mientras la acompañaba a la universidad, al parque de todos los viernes, a la cafetería, a la licorería de a cada rato. Siempre había que caminar, incluso cuando descansábamos echados en algún lugar, algo en nosotros andaba, algunas veces a trote, otras ocasiones un poco más lentos; pero nunca habíamos estado detenidos, como el reloj absurdo del abuelo. Hablábamos de todo, y los pies, seguían, seguían. Incluso dormidos sus pies no dejaban de jugar con los míos. Me gustaba sentir como quemaban sus muslos y jugaba con las blondas de la prenda que llevaba entre las piernas, pero sus pies eran toda la magia, acariciaban más que brazos de madre. Podíamos estar o no estar en algún sitio, siempre había un nuevo lugar, deambulábamos como libélulas en un paraje de flores relucientes. Siempre con algo que decir y con mucho que callar.

Una vez le pregunté si había pintado algo con los pies y me aseguro que ese cuadro podría verlo solo cuando se le acabara la vida, en ese momento no lo entendí, porque sinceramente no quise entenderla, no sé si te ha pasado pero molesta cuando alguien que te importa habla de morirse, o de algo que le cansa. No tengo paciencia, hay momentos en que el silencio nos hace bien, pero es necesario seguir caminando. Me divertía cuando entraba a la farmacia y decía – Señor me da tres preservativos por favor, hoy me toca ser feliz; pero eso era casi siempre. Cuando hablamos de religión me dijo que concebía el paraíso como un orgasmo, entonces era necesario que oremos continuamente. Algún momento habremos sido Santos, o quién sabe qué, pero cada vez que hacíamos el amor lo contábamos como un milagro. Siempre después de caminar, antes nunca.

Ayer estuvimos en su antigua casa, al entrar me pidió como nunca que me quitara los zapatos, lo hice sin objetar porque la había visto llorar en la mañana y sinceramente no quería que sus ojos mantengan ese oscuro tan triste. Se quedó mirando un florero de losa blanco, con adornos esmeralda, como una especie de felino, que lo era y a la vez no, quizá se detuvo a descifrarlo. Arrastraba sus pies como para sentir el piso helado, en cambio yo caminé de puntitas quejándome hasta llegar al sillón y me abalancé sobre él. Ella volteó me miró, exigió silencio con un gesto y con otro gesto me invito a seguirla, yo nunca me he negado a nada que ella me pida, no puedo. Ven, ven, rápido y no hagas bulla; me dijo. Estuve tras ella, en silencio durante varios minutos tratando de comprender la razón de su misterio.

Empezó a acariciar las paredes, lamía las manchas que había por todo lado, mientras lloraba sin hacer la mínima queja. Sus movimientos fueron bastante violentos, y su respiración se fue acelerando a tal punto que tenía que alzar los hombros para poder respirar. Nunca la había visto consumir alguna cosa rara que la pusiera así, siempre había sido extraña, pero no tanto como ayer. Estaba como poseída. La abracé y le acaricié el pelo, hubo cientos de lágrimas escapando a la velocidad sin quejido, ni movimiento alguno. La acaricié en aquel pasadizo, me olvidé del frío del piso, tal vez porque otra vez enredó sus pies con los míos, dormimos toda la tarde sin soñar y ella aún dormida no había dejado de llorar.


Disfruto del hecho de ser su calmante, pocas veces uno abre tanto su corazón como para enamorarse de una loca que todos los días inventa un nuevo nombre, que cambia todos los días y a las nueve de la mañana, los cuadros de la sala hacia otro lugar, que habla en un idioma de otra galaxia, que intenta comprar hamburguesas con boletos de rifa vencidos que esconde en una caja debajo de su cama, que lleva barro a su boca y lo saborea aduciendo que es chocolate. Varias veces la he besado, con su boca de tierra. La verdad, no cambia para nada su sabor, ella será siempre tan auténtica. Le gusta que la peine a las seis de la tarde mientras vemos por la ventana como el sol se abraza con los violetas, los naranjas. Ella me acaricia con la punta de los dedos de los pies, se acerca a besarme me invita a caminar, lo cierto es que siempre vamos a cualquier lugar.

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