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Mostrando entradas de octubre, 2013

Confesiones para unos ojos espejos

No recuerdo si fue al escuchar las narraciones de François Vallaeys que me topé con una frase interesante. “Hace tiempo que nunca”. O será también a causa de los ajetreos de la mudanza que quedé sin espejo; el punto es que hace mucho que ya no veo la forma, sino el fondo de todo este cúmulo de pensamientos, sensaciones e impulsos que conforman mi YO. Hace tiempo no me observo profundamente, ahora lo hago y me hallo distraído, como mirando más allá, como atrás de la cortina, sosteniendo el amor como aguantando el aire a punto de sumergirse en el agua, iniciando la cuenta regresiva, ya van varios días que sostengo el amor y no lo suelto. Me observo como a las frutas del bodegón, como la pera o la granadilla y sus puntitos, su brillo y su constelación de color en la que empiezo a perderme como jugando. Encuentro a mi cuerpo como las frutas, con colores diversos e inexplicables, sensaciones, texturas y pequitas marrones y otras más claras, resaltando sobre el brillo de lo que soy; tal

Narraciones de un amor sin itinerario

Se trataba de caminar, nada más simple que eso. Estaba acostumbrado a soltar palabras mientras la acompañaba a la universidad, al parque de todos los viernes, a la cafetería, a la licorería de a cada rato. Siempre había que caminar, incluso cuando descansábamos echados en algún lugar, algo en nosotros andaba, algunas veces a trote, otras ocasiones un poco más lentos; pero nunca habíamos estado detenidos, como el reloj absurdo del abuelo. Hablábamos de todo, y los pies, seguían, seguían. Incluso dormidos sus pies no dejaban de jugar con los míos. Me gustaba sentir como quemaban sus muslos y jugaba con las blondas de la prenda que llevaba entre las piernas, pero sus pies eran toda la magia, acariciaban más que brazos de madre. Podíamos estar o no estar en algún sitio, siempre había un nuevo lugar, deambulábamos como libélulas en un paraje de flores relucientes. Siempre con algo que decir y con mucho que callar. Una vez le pregunté si había pintado algo con los pies y me aseguro que

Quería contarte que no he aprendido nada

Quería contarte que no he aprendido nada, que sigo siendo un camino misterioso, una ruta sin escape y sin final feliz. Justo en este momento tengo frío, aun cuando mi alma está abrigada, el café que suele ser amargo, se endulza y los ruidos de los gatos se disuelven por las melodías de "El traficante de mentiras". Jamás hubo tal mentira que fuera tan verdad, como el amor, por ejemplo. El ruido que entibia fantasmas en el cuarto contiguo, ese preciso instante en que el viento sopla contra las persianas; eso no existe. Es mentira; tu abrazo sí lo sentí. Quería contarte que no he aprendido nada, ni color cálido, ni frío. Solo sé que en algún momento estuve ahí, reflejando en tus espejos. Yo sé que eso no es relevante, como no lo son esos fantasmas que pululan en la otra habitación. No he pensado en nada, solo en ti. No pude prestar atención a ninguna escena de “The Birds”, porque nada tuyo podría estar disperso ahí, salvo el suspenso en que me detengo a pensar en ti. Si Hit

Samy, la Salamandra albina

Es sorprendente, porque no me pides cuentos para dormir, sino tal vez para mantener el insomnio. Lo cierto es que me enredo en mis historias. La última vez me asomé por medio Oriente en un pasaje que nunca terminó, posteriormente la granja en medio de una peste, al más fiel estilo de Camus, pero con un vendedor de huevos que padece junto al autor buscando un final por lo menos aceptable. El científico que quería ser grande y se hizo pequeño. Algunas veces los cuentos saltan, casi con la misma fuerza en que saltan tus ojos enormes; hay momentos en que los cuentos brincan como pulgas en esos espacios insospechados. Ayer amiga, vi una salamandra blanca, justo cuando cruzaba la pista, eso no me lo vas a creer, porque la vi con su mirada tierna caminando como sonámbula, despreocupada, cruzar la pista con toda la parsimonia que tienen estos anfibios. Estiraba su pata como desperezándose y la botaba hacia adelante con el ademán de un gato juguetón. Quién sabe cuanta lástima me dio, nun