Justo un día antes, soñé. Una historia larga. Esa vez, mi
sueño, pareció enviarme una premonición algo peculiar. Pobre Shakespeare, Ayy
William, William, que pendejada es esa. Lo cierto es que en el mundo onírico de
aquella madrugada, Dios era un escenógrafo, y estaba arriba, sobre la parrilla,
moviendo las lámparas, alumbrando a donde se le plazca. Abajo, el hormiguero
removido revoloteaba, sobreviviendo como pueden, total, ¿Hay otro modo de
sobrevivir? En todas las escenas, luces azules o fucsias, unas tenues, otras
duras, violentas. Quién sabe por qué, en ese momento tuvo que iluminarme a mí, con
una lámpara de luz amarilla, intensa, de forma redonda, como en los conciertos.
Fue iluminándome, de la misma manera en que perseguiría una rata por un
laberinto de hojas secas. Mierda, William, no es una frase bonita, nada más.
Ese día, me di cuenta que Dios estaba arriba, porque si hubiera estado abajo,
lo mataba, quién sabe cómo.
Teniendo como prefacio este argumento surrealista, está claro
que la vida es un juego sin control remoto. Y como para amenizar mucho más el
amanecer, el teléfono no ha dejado de repetir “Lo que tenga que ser que sea y
lo que no por algo será, no creo en la eternidad de las peleas, ni en las
recetas de la felicidad.” Drexler y sus cuchillazos a las cuatro y
media, con los gallos en huelga. Con un ruidito como a máquina bajo la nuca. Me
muevo, de izquierda a derecha, el ruido no desaparece. “Estamos programados”,
pienso. Maldito control remoto.
Justo la noche anterior, estuve disfrutando de
más de cuatro partidas de fútbol con el hermano Santa María. Toda la noche los
controles habían fallado, era miserable la forma como el mítico Carles Puyol
era traspasado con burla, gol, gol, gol, gol, uno tras otro. “Es el control”, “Puta
madre gordo, es el control, mi defensa no puede hacer nada”. Mi defensa nunca
hizo nada. Lo que no sabes, gordo, es que en ese momento estaba reflexionando
igual que Shakespeare, igual que Drexler, con la misma vergüenza de ser un
engranaje de la mala suerte. “Lo que tenga que ser que sea” y pensar que el
problema había sido la estrategia, no los controles. Pero Dios que va a saber
del PES 14, él no juega al fútbol, él juega con nosotros. y eso me da más rabia
aún.
¡GAME OVER señor Dios! Me rindo, sácame ya de esta consola. Ayer
dije una cosa muy cierta. He aprendido a perder y casi siempre cuando ocurre lo
acepto con la madurez necesaria. “Si fuera yo el que ganara gordo, ya no me
diera ganas de jugar contigo, pero soy yo el que siempre pierde”, le dije como
si el gordo fuera Dios. El gordo sabe que algún día voy a ganarle, es más, sabe
que eso está por venirse, porque tuvo la hidalguía de enseñarme los gajes de la defensa, Puyol, Alves y Alva saben cómo detener el frenetismo,
los misiles asesinos del detestable Ronaldo y del sorpresivo Benzema. Pero quién
carajo le explica a Dios que ya sé que el problema es la estrategia. Y lo peor,
quién le dice a ella que aplasté la tecla del “foul” por equivocación, que no
quise lastimarla. No va a tragarse el cuento de qué falló la estrategia, pero
Dios sabe que fue así, pero él nunca dirá nada, porque la pichanguita es con
él. ¿Y que esperabas, ganarle a Dios? Carajo tu sí que eres un subversivo de
los cojones. Tú sí que te has rebelado al guion que te toca.
Quién sabe cuál es la fórmula para burlar el laberinto en el
que Dios nos dispone para luego perseguirnos como a ratas, a escobazos, a zapatazos.
Si mi abuelo lee estas tribulaciones, sé que va apelar a su lógica religiosa y
me dirá: “Cuida tu boca, no uses el nombre de Dios en vano”. Porque yo siento que él
le tiene miedo, a Dios. A él todos le tienen miedo, y lo peor nadie lo ha tenido
tan cerca al rostro como para decirle todos sus desacuerdos. Insisto, Dios
nunca se va a caer de la repisa. Dios cree que la guitarra va a resistir toda
mi pena, pero la guitarra también se cansa, justo ayer se le rompió una cuerda.
Las canciones vienen cargadas señor Dios, de todo ese lodo que me invade. Que
me queda, lanzarte letras como bombas lacrimógenas. Espero alguna caiga en tus
ojos para tener ventaja en la estrategia. O por lo menos para que no me veas
llorar mientras escribo, porque eso ya es demasiado. Sé que no disfrutas cuando
ves a tu creación arruinándose, pero entonces por qué los dejas, si eres tan
Dios. Yo también tengo Marías en silencio, que se van.
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