Me encuentro dispuesto en un
espacio sellado, como en un frasco grande, como una damajuana macerando a un
hombre ya fermentado. Pero no se trata de una queja, o mucho menos puede
tratarse de algún pleito. Se trata de un estado, de una sensación, tal vez de la
sensación más relevante para un ser que cree que el hombre es una planta y que
la planta es un hombre. Tal vez muchos se pregunten cuál es la relación entre
el hombre, la planta, la fermentación, el envase e incluso el hombre y la planta.
Hace poco estuve pensando en
preparar macerados; no es que tenga actualmente mucha afición por los licores; recibí
la influencia en un viaje laborar en la selva noreste del Perú, donde pude recibir
diversas recetas: para el amor, la infección respiratoria, la circulación, la
fiebre, etc. En su mayoría tenían como ingrediente, café y alcohol. Cabe
considerar que históricamente los macerados fueron en sus inicios compuestos
por hierbas medicinales. Probé algunos y pude comprobar la eficacia de cada
elixir. Decidí iniciarme en el mundo de los macerados. Para citar un ejemplo,
en la provincia de San Ignacio, en el departamento de Cajamarca, existe un
macerado llamado “Cascarilla”, el mismo que tiene como ingrediente principal,
la cáscara del árbol de la Quina. Es un elixir curativo y sus resultados son increíbles
y rápidos.
Al preparar cualquier macerado,
uno se da cuenta de que en una botella encierra una esencia, con sus cualidades
propias y es muy necesario que permanezca un lapso sellado para que se nutra de
aroma, consistencia y sabor. Lo mismo pasa como el hombre. Lo mismo pasa con la
planta que se hace árbol de la Quina, hablo de la esencia. El hombre es esencia
macerada, concentrada.
Por todo esto es que me siento
como un vertido esencial, el alcohol es eso que destila la esencia, es como la
vida. Yo soy la hierba, el frasco es el destino. Solamente imagino que ha de
ser de mí, cuando me haya convertido en árbol y mi esencia haya madurado lo
suficiente como para curar, sanar, verterse, descubrirse, beberse. Lo único que
tengo claro es que quiero ser medicina, como la sabia pura que emana de los
árboles maduros de raíces profundas. Hacer frutos como los melocotones que
confundía con blanquillos en la casa de la abuela allá por los años 93. Y los frutos no son hijos, son obras, son
esencia pura también, tal vez sean solo un aroma, pero un aroma profundo, nada
efímero.
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