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Cayendo en cuenta

Casi siempre suelo empezar a escribir soltando algunas preguntas al aire, a veces frases improvisadas que de alguna manera van desenredándose en mi mente para terminar deslizándose como un pensamiento liviano, ese que si no lo atrapas se evapora intempestivamente. Tampoco es que me sienta un escritor maduro ni mucho menos, modestamente a las justas logro plantear algunas ideas como desahogándome, casi siempre quedo con la sensación que escribir, pintar, leer o cantar me hace una suerte de limpieza de la conciencia, según la medida en que profundice mis preguntas y acuda a la búsqueda de mis respuestas.

Las últimas madrugadas he tenido algunas vivencias surreales mientras dormía; lo más inusual, que puede transcurrir, lo más increíble, lo más extraño se suscita en los sueños. Ahí se puede todo y en esa dimensión somos como inmortales, y todo lo que en la vida física luce inalcanzable, con los ojos cerrados se convierte en un episodio experimental, práctico, donde la condición humana se amplía a márgenes verdaderamente incalculables.

Imaginar, es dar vida a algo que en un primer momento era una negra nada, la amplitud total del todo en el cual no se contempla nada, porque la nada parece contenerlo todo, pues termina ocupando algún espacio y porque parece también que la nada sea la absoluta extinción de todo, lo cual resulta complicado de comprender. Lo cierto es que nuestra mente es el universo entero, así lo siento y creo.

Algunos sueños parecen un viaje intergaláctico, una lectura instrospectiva a profundidad, un recuento de cientos de experiencias imposibles, de presagios, de alientos, que si pudiéramos sostenerlas de manera consciente, tal vez nuestra experiencia sensitiva, nuestro instinto humano sea mucho más profundo o mucho más mágico.  Mientras leía a Victor Hugo en la magnificencia de su obra "Los miserables" recaigo en la profundidad de su análisis de la inmensidad del hombre: "¿Hay un infinito fuera de nosotros?", plantea la pregunta y luego se responde a sí mismo, "Este infinito es uno, es inmanente, permanente; necesariamente sustancial, puesto que es infinito, y si la materia le faltase, esa sería una limitación; necesariamente inteligente porque es infinito, y si le faltase algo de inteligencia, ¿Sería infinito? ¿Este infinito despierta en nosotros la idea de esencia, mientras que nosotros no podemos atribuirnos a nosotros mismos más que la idea de existencia?". Un sueño puede colocarnos en una posición cercana a un abismo, como quien dice, cerca de caer a esa inmensidad de la que somos parte y en la que nos confundimos como un granito de arena en todo un desierto. Pueda que estas frases no gocen de ser trascendentes para quienes no han desarrollado interés por el espíritu.

¿y si solo somos un sueño? o qué pasa si de pronto todo lo que soñamos en realidad es nuestro estado más real aunque no físico. ¿Qué es la realidad? ¿Dentro del sueño mismo, qué puede ser irreal?. Lejos de los dogmas y cosmovisiones que se cansaron de intentar explicar la existencia de cuanto ser vagabundea como puede en esta suerte de prueba de supervivencia que es el mundo, hay preguntas individuales, y respuestas de cada quién para sí mismo. Habremos muchos que seguiremos escarbando con ánimo devorador por todo espacio y nos encontraremos perplejos ante la tremenda inmensidad de la nada. Sin embargo sin raíz no se puede explicar los tallos, ni mucho menos las hojas y los frutos.

Siempre hay preguntas y gracias al cielo que siempre uno halla respuestas: por ejemplo Blaise Pascal me sacude la cabeza con su frase: "El corazón tiene razones que la razón desconoce", alude de pronto a la profundidad de nuestro ser, esa inmensidad a la que me refiero lineas arriba enfrentándose a toda la composición social e histórica que conforma nuestra realidad. Hay cosas que nadie puede explicar, aún cuando provee argumentos tangibles de algo, por ejemplo la razón de la vida. ¡Que complejidad! Tamaña intriga.

Solo hay una razón por la cual decidiría volverme viejo y arrugarme junto a mis preguntas siendo el depositario de un sin número de respuestas, aunque estas no sirvan de nada a la hora de la hora, pero que puede ser más valioso que esa sensación de acogerse al conocimiento, a algún tipo de verdad, a todo tipo de respuesta. Cuando veo a mi abuelo, veo a un roble, con una corteza ancha de vivencias, con flores adornando todas sus estaciones, esa manifestación como de alguien sabio, recorrido, maduro, inefable, jodido, pero contento. Siempre hablando desde la vertiente más sublime como si sus palabras estuvieran recubiertas de miel, o de todo tipo de caricias. Si hay una razón por la cual persistiría en este tránsito vital es alcanzar una basta claridad en mi entendimiento sobre mi existencia, primero individual y luego colectiva.

Recuerdo a Facundo Cabral, y creo que siempre lo menciono. Resulta que cuando mi hermano y yo de niños experimentábamos la magia de las radiocaseteras en los noventas había un álbum que nos encantaba: "Ferrocabral", donde la perorata decía más o menos así: "Altísimo Señor, no te preocupes por el pan nuestro de cada día que eso es cosa nuestra, para eso somos humanos. Pero no nos dejes sin el sueño de cada noche porque sin él nada somos nosotros que tal vez sólo seamos un sueño que Tú sueñas. En ese entonces nuestra única forma de sentirnos verdaderamente humanos, era dejándonos llevar por los sueños, esa magia, la música, la poesía de Neruda con sus Veinte Poemas de Amor y Una canción desesperada y los Poemas Humanos de un Vallejo que ampliaba nuestros viajes. Yo conocí un mundo que giraba en torno a una cinta de Casette. En ese entonces la pintura aún no excitaba mi retina.

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