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No quiero que pretendas "HACERME" feliz



Me resulta complicado hacerme a la idea de que la felicidad es un compromiso. Si bien es cierto es un ideal, una necesidad intrínseca de todo ser. Apelar a la felicidad es producto de la inercia misma de vivir. Es por ello que referirse a la felicidad como algo que se puede “hacer” podría interpretarse como impropio, como “hacer el amor”. Todos suelen “hacer el amor” siempre que tienen sexo. El amor no se puede hacer, la felicidad tampoco. Pero podríamos, a manera de travesura, cambiar el término “hacer” por “construir”, encontraremos otra forma de percibir la felicidad. Cada vez que he creído apreciar la felicidad me ha sido incluso muy complicado identificarla. Es posible que a muchos de nosotros nos haya pasado algo parecido. Hablamos de sensaciones. Entramos a un campo elevadamente subjetivo, tal vez de un conjunto de expresiones internas que aparecen como fruto de la relación causa y efecto.

Reconsiderando que la felicidad es un estado u efecto positivo, deberíamos reconocer las características de ese efecto positivo y plantearlos en un diagrama de Ishikawa, debiendo también considerar los elementos causantes de ese estado elevado que es la felicidad. De ese modo podremos saber cómo provocar la felicidad, como motivarla, como generarla; sin embargo no podremos “hacerla”. Sería complicado intentar confeccionar la felicidad a la medida de alguien, pues nadie tendrá el entendimiento exacto de su felicidad, pero sí de todo aquello que provoca en su interior ese efecto positivo.

No se trata de “dejar de hacer” o “hacer” porque es una exigencia de toda pareja tentar a que su compañero sea feliz, así de forma obligatoria; pues todo esto se convertiría en la dictadura de la “felicidad”, llevando este intento abusivo a generar resultados contrarios. El divulgador de ciencia Eduardo Punset  afirma que lo único que une a adultos y jóvenes es el desconocimiento de la gestión de las emociones. Nadie sabe hacer feliz a nadie, incluso nadie sabe ser feliz y no puede pretender que alguien de su entorno lo sea. Incluso debemos tener en cuenta lo expuesto por Punset con respecto a las emociones, pues tanto las emociones positivas como las negativas "sólo duran un rato". La felicidad son probablemente algunos segundos, minutos; cualquiera que fuera el tiempo; pero suele caducar. Los seres nos manifestamos emocionalmente como la intermitencia de una lámpara. Algunas veces hay luz, en otros momentos todo se encuentra oscuro. Es ahí donde todo se equilibra, pasamos de un estado de ánimo negativo a positivo o viceversa. Hay formas de mantener el estado positivo activo, pero depende básicamente de impulsar un pensamiento positivo coherente con los sentimientos y con los actos. Valorar la felicidad aunque esta dure apenas cinco segundos.

No se trata de convertirse en otra persona para agradar, porque el hecho de que puedas ser agradable para alguien no necesariamente condiciona que esa característica le genere felicidad. Muchas veces me he encontrado con situaciones complicadas. Las parejas hablan de adaptarse, de cambiar, de aceptar condiciones, pero nada de ello estimula en lo mínimo la felicidad. Al contrario, genera espejismos que se transforman en bombas de tiempo.

No se puede “hacer” feliz con prepotencia a alguien, porque la felicidad no es un estado programable, pero sí estimulable. En la película argentina “La suerte está echada” del director Sebastián Borensztein, se pretende explicar una especie de tesis, donde la felicidad se representa ligada a la buena o mala suerte que puede envolver en potencias diferentes a los individuos. La suerte también es cambiante, reinicia su ciclo constantemente oscilando entre buena o mala suerte. Cada intención detrás de cada acto es un pase de magia en el universo. Un giro de la trama que nos coloca en un bando o en otro. La suerte es la suerte. Lo importante es lo que cada uno haga para encontrarse con su propio destino”.  ¿Pero será la suerte la causante directa de la felicidad? En una de las escenas del film también resalta una teoría muy destacable que es propuesta por el maestro de tango quien afirma que “El tiempo es difícil de entender. Para mí vivimos la vida con la ilusión que es un evento en vivo pero en realidad yo creo que es en diferido”. Es muy probable que todo este espejismo de vida en el que nos desenvolvemos ya haya sucedido y nosotros de repente solo estamos descubriendo si es verdad o no. Si fue cierto que somos profesionales, si tendremos o no, un hijo adoptivo. Si es verdad o no que nos alejaremos o acercaremos, si será o no cierto que llegaremos a ancianos para acariciar nuestras arrugas como único remedio al tiempo perdido.

El gran Aristóteles afirmaba que “todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias” y me agrada porque aquí aparece un término importante: SER. Y ser se diferencia de parecer. Que necesito yo para SER feliz. Luego, qué necesitamos para ser felices. No para “hacerte” feliz.  También existe la escuela del nuevo pensamiento o New Thoght, quienes proponen la premisa de que cuando el individuo llega aceptar su condición y todo lo que encierra su pasado y asumir su vida tal como es “en el hoy”, en este momento y a partir de eso construir su vida es entonces que puede ser realmente feliz. Pero tampoco Nietzsche se equivocó al decir que el ser humano no fue concebido para la felicidad, sino que está destinado a sufrir. Interpretemos esto desde un plano social, quizá preguntándonos si actualmente se puede ser feliz.

Es un requisito indispensable, según Eduard Punset, saber contar con los demás. Considera que la inteligencia, sea emocional o de cualquier otro tipo o es social o no es inteligente. Además indica en el prólogo de  su libro “¿Cómo educar las emociones?” que el reconocimiento social de lo que uno dice y hace es un buen indicador de la salud del individuo. Debemos ser capaces de comprender qué conmueve a los otros, qué perturba, qué alegra o qué daña a quienes tenemos al lado. Por ejemplo, a mí me desagrada sobremanera, pelear.

Ha sido necesario recurrir a toda estas premisas para poder responder como escritor a diferentes preguntas internas sobre la felicidad. Y la única respuesta obtenida luego de asimilar todos estos convenios es que la felicidad tal vez sea la base en la que se cimienta todo lo que nos rodea. Solo basta con ponerse a pensar profundamente en toda esta máquina biológica que amanece todos los días, con billones de células dispuestas a cumplir su misión. Todos queremos ser felices, es cierto, pero nadie tiene el don de dotar la felicidad, simplemente uno disfruta su vida, le saca el mejor provecho, vive el hoy y no se deja perturbar por el pasado ni el futuro y genera un clima de paz e iluminación en su ser que como efecto natural ilumina y acaricia a los demás.

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