Hay veces en que la musiquita rara, esa que tintinea como en algún espectáculo de tambores y campanitas; me proyecta a una danza aérea sobre un abismo, suspendido; quizá como cayendo día a día, como desembolsándose tal cual uno se resbala a vivir. Y hasta el trazo de los pinceles manchando el cuadro parecen mantener el ritmo de un tiempo que se nos arranca, que se nos escapa y a la vez deja perenne alguna fragua forjando en este hierro un monumento rígido resistiéndose a respirar para vivir para siempre.
Si hubieras visto la forma como sus ojos fijos se encontraron el uno con el otro alargando su inevitable despedida; deliberando cualquier reacción, rebuscando en el interior de las pupilas de cada uno, sin parpadear. Es probable que ella intentó contener su abatimiento prensando sus lagrimas en un esfuerzo inútil, es posible que sus miradas se encontrasen unidas por una suerte de vía microhondas y hubiesen transmitido aproximadamente unos mil viajes de ida y vuelta a cada uno de sus infiernos, como quién viaja sin deseo, de forma agresiva. El asunto es que estuvieron ambos expectantes dispuestos de forma opuesta, el uno frente a la otra como en una partida ajedréz donde cualquier movimiento puede terminar matando al contrario. Estuvieron quietos sus cuerpos. Quién sabe cuántas cosas pudieran haberse dicho, puede ser que ella le reclamase por algún error y él no suplicara, por eso la lágrima rebelde se desmaya exhausta por su mejilla y su pupila ejerce un movimiento triste ...
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