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Relatos de retrete

Me preguntas, que hago mientras conversamos. Tú sabes que siempre te soy sincero, no puedo decirte que estoy sentado en el baño tratando de pensar, con la computadora sobre la las piernas, queriendo escribir cosas, ninguna sobre ti, puedo jurarlo; solo sé que no puedo decirte, por decoro, estas cosas y me abstengo de responder. ¿Por qué será que siempre preguntas lo mismo?, ¿Será que siempre quieres robarte mi atención?

No sé si habías notado mi perturbación la primera vez que nos vimos, después de tu regreso, esa vez que estuvimos sentados en el parque. No es que relacione el que estuviéramos sentados con defecar, en ese momento también hablábamos. Mientras te oía, mantenía la mirada fija en la sombra que se desprendía del almendro, esos movimientos leves pero cautivantes, como una sonajita. No sé porque siempre quisiste que te escuche y te mire a los ojos, me molestaba tanto que busques mi mirada cuando no quería mirarte.
Recuerdas aquella vez cuando nos encontramos entre la multitud de las protestas, yo alzaba mi puño y gritaba “Y va a caer y va a caer…” me tomaste de la mano entre los gases y las bombas, “luchar, vencer”, te amé porque nunca retrocediste, a mí las piernas me temblaban, no lo voy a negar. Jamás odie tanto a los milicos, como esa vez que te arrastraron, me arrastraron el alma. Esa vez te amé, porque fuiste más que poesía y esa vez también me olvidé de la consigna. Las arengas se volvieron oraciones para tu rostro gritando “libertad, libertad, libertad”.

Y cuéntame que ha pasado contigo, por qué abandonaste la revolución y las luchas, ¿Te cansaste de esperar? Creo que a mí me pasó lo mismo, me cansé de esperarte y no sé qué más pudo pasar pero siento que ese color de pelo no te asienta. Discúlpame si ahora solo escribo yo, es que de pronto me nacen muchas preguntas, tal vez sea que no creo que estoy charlando contigo, pensé que habías tirado de la palanca y enviado todos los recuerdos por la tubería camino al infierno.

No me preguntes por él, te juro que no sé nada, lo único que sé es que de músico es todo un personaje, no sabes, conoció a una mujer amante de las hortalizas y ahora es vegetariano, pero él es otro cuento. Háblame de ti, no toques ese tema por favor, sabes que siempre odié que lo mencionaras. No podías si quiera un minuto dejar de hablar de sus canciones y que te había dicho cosas lindas al oído, por favor. Llegó un momento en que odié al pobre muchacho. Aunque ahora que han pasado tantos años debo confesar que lo envidiaba, porque cada vez que su nombre aparecía en el afiche de un recital, veía tu risa desbandarse de oreja a oreja, jamás vi tamaña felicidad, créeme, fue envidia, no celos, porque él también te amaba. ¿Sabías que el mismo me lo confesó?, claro, fue  dos o tres años después de que decidieras irte, terminamos dando lástima cantando “Esto no puede ser nomás que una canción… ” Su voz aguardientosa, pero aún con esa vibración que se me erizaba la piel, él no había dejado a Silvio y hablaba de Victor Jara como alguien de ahorita, yo le pedía que cante alguna de Mercedes y la cantaba llorando, yo le seguía como coro solidario.


Espero que allá te haya ido mejor, que por lo menos hubieras encontrado un dibujante odioso que quiera desnudarte tantas veces para aprovecharse de la perfección de tus caderas, o que te desnudara vestida como solía hacerlo yo. Espero que si hubo alguien te hubiera hecho rabiar hasta odiarlo tanto, porque sé que de lo contrario me hubieras extrañado tanto como yo. Me sorprende que hayas decidido volver y al fin estudiar violín. Cantabas una maravilla y me gustaba ver tus manos torpes tratando de ubicar los acordes en la guitarra, pero lo del violín ya es un prodigio que realzaría tu semblante majestuoso y a la vez tierno.

Sabes, yo nunca llegué a ser pintor, solo fui los primeros ciclos para que desnudarte tuviera un sentido y aceptes. Es que sin ropa te ves tan tú. Recuerdo cuando apretabas tus muslos para no dejar tu nido a la vista, pero mis ojos se enredaban en tus pezones, tus pechos siempre salían perfectos porque créeme que hasta soñaba con ellos, no era perversión, es que toda tu me inspiraba; no solo a creer en que existía el arte, sino a creer en mí. No fui pintor y mi honorabilidad de comunicador se fundió cuando encontraron los panfletos de las luchas en mi imprenta, yo no traicioné a nadie, y menos a ti. Ahora no soy nadie, sabes, a veces escribo, pero ya te imaginarás el hedor al que trasminan estos relatos de retrete.

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