Qué podría decir amiga, después
de todos estos años que han transcurrido aceleradamente, después de esos
recuerdos raídos o empolvados de nuestra
maravillosa amistad. Del chico sublime y sublimado que conociste quizá ya no
queda más que ese simple recuerdo, estas ganas de ser hombre me han
transformado amiga, a tal punto que a veces hasta yo mismo me desconozco. Desde
que empezaste a surgir por allá, en la pujante Cuba, yo me he sentido carente
de tu modelo, de tus consejos, de tus ánimos que eran una verdadera caricia.
Yo no creo ser malo, tampoco. La
maldad y la bondad conviven con todos nosotros, es más pienso yo que es un
menester de la cotidianeidad humana.
Aprendí muchas nuevas cosas, algunas sobre política, mi música dio un
giro enorme, mi pintura ya casi extinta cambiada por un aleatorio ejercicio
fotográfico, sumándosele mi poco apetito actual por el diseño gráfico.
Estuve trabajando haciendo un
estudio en una zona en la parte posterior de Huanchaco, donde se levanta una
pequeña población en lotes bordeados de adobe, una especie de ciudadela
fantasma, fantasma porque era desconocida por las autoridades, sin mapa, sin
algún estudio que por lo menos convenciera a los pobladores que existe algún
interés por el bienestar de ellos. Logré realizar un breve análisis poblacional
para que una ONG integrara algún proyecto de desarrollo para ellos. Fui con
ellos, con los niños en el arenal, a jugar, se juega de todo, y aunque la
pobreza aquí en la costa tiene otro color, aunque no es tan pobreza como la de
la sierra, yo veo en estos lugares cierto aroma a olvido, el color del barro
seco y de la arena generan esa ilusión.
La universidad, de todos modos no
puede ser más puta, no parece una universidad, la siento como un parque de
atracción donde lo más llamativo resulta ser un trasero esbelto, paradito o una
polera de moda en un maniquí andante, gente de plástico, hombres y mujeres
descartables jugando a ser profesionales de éxito. El recinto donde se cree que
la red de contactos significa el futuro del profesional, donde la iniciativa
para la lectura y la investigación ha
desaparecido. Envuelto en ese rebaño de
corderitos trasquilados, me siento como el lobo feroz, un lobo feroz sumido en
la depresión. No puedo ni imaginar cómo me llegué a formar como publicista, si
soy el primero en renegar por las estrategias del mercadeo y las propuestas que
azuzan el consumismo compulsivo y patológico, que disfraza cierto sentido de
desarrollo, cuando en el fondo se crea una amarga y lasciva pobreza. En el
fondo en vez de llegarme a formar, he comprendido que lo único que alcancé es a
deformar lo poco que en mí había construido.
Como no recordar nuestra etapa de
preuniversitarios, donde las ilusiones de convertirnos en profesionales eran
apenas una esperanza de futuro, un avizoramiento, como el de aquella vieja que
leía las cartas ante nuestros atónicos ojos deseosos de saber la verdad. Yo no
recuerdo qué reveló aquella mujer del jr. Belén a quien acudimos temerosos,
casi con el mismo miedo de poner las manos en una hornilla ardiendo, o la de
entregar el alma al diablo, todo con tal de saber un poquito de lo que pudiera
venir. Para qué habremos insistido tanto en convertirnos en grandes. Facundo
Cabral en alguna poesía de su poco afamado “ferrocabral” cantaba con una voz madura:
“no crezcas mi niño, no crezcas jamás los grandes al mundo le hacen mucho mal”.
Y es cierto, ya no tenemos los dotes pueriles de nuestra infancia, esa etapa de
inocencia, de pureza; nos convertimos en hombres y toda nuestra humanidad
dormida se vuelca hacia nosotros, empiezan los miedos, las amarguras, los
rencores, las indecisiones, la ira, la fortaleza, la bohemia y otros monstruos
a salpicar por nuestros días, como plaga netamente humana, empujándote a vivir.
Pues si tendría que resumir como
me encuentro ahora, le tomaría prestada la frase a Víctor Heredia para
manifestar mi sobrevivencia, “sobreviviendo dije, sobreviviendo”. Y en este
arte de sobrevivir hay huecos enormes con los que se tropieza, yo empujo con
todas mis fuerzas, para avanzar en esta prueba de supervivencia, acongojado por
el ruido de la ciudad y el humo engrampado en las paredes. La soledad en mi
casa, esa compañera que me invita a pensar en todo, hasta en cosas que ni
manifiestan importancia. El mejor regalo de esta soledad es un viaje interno en
mi mismo, una constante de preguntas internas, de respuestas confusas que poco
a poco se van aclarando, trayendo un halo de paz para mi interior.
El cigarro y el alcohol he
buscado alejarlos en lo posible de mi vida, asomándome a cierto interés
deportivo, pero poco relevante. Te preguntarás que pasó con el chico activo y
entusiasta que te acompañaba todas las tardes al salir de la preparatoria,
bueno, yo también ando preguntando por él, pero resulta que me lo comí. Me lo
engullí entero pero lo voy tragando de a poquitos, sin embargo muchas cosas que
fui asimilando de aquel personaje aún laten en mi interior. Me he convertido en
una suerte de ermitaño, pero sin misticismo, ni magia. La excesiva búsqueda de
razones, justificaciones o argumentos esenciales
para todas las cosas me entretiene en una constelación de cuestionamientos y
vaya que agradezco tener el tiempo para pensar en todo eso. Estoy loco y si me
dices que siempre lo fui, pues tal vez ahora haya empeorado.
Y en el amor, no podría decir que
he fracasado, mi ego no me permite definirlo así. Todo lo contrario: me siento
agradecido de las bondades de todas aquellas mujeres que me han regalado un
poco de vida, un poco de motivación, de aprendizaje, de pasión y locura. Y aunque
no haya logrado aún después de varios años lograr alguna relación estable,
podría decir que las últimas experiencias que me han tocado vivir han
significado una constante de aprendizajes y aterrizajes. Me han hecho ver y reconocer
aspectos que yo no quería aceptar. Pero el amor no es un contrato de seguro
contra accidentes; te subes al carro aceleras, porque el corazón siempre
acelera y te abalanzas contra la vida, de pronto un fuerte golpe, un
estremecimiento que te sacude hasta el alma. Ahí, en esos choques, si tienes la
tranquilidad de analizarlos, hay una suma de experiencias que se van
superponiendo uno tras otro hasta hacer una pared fuerte, en suma todos esos
bloques de vida te van haciendo fuerte. Claro, para los masoquistas como yo,
que siempre están dispuestos a arriesgarse, a amar, a pecar, a vivir y hasta
perdonar. De otro modo el amor se reduciría a una disfrazada actuación de
felicidad, como muchos que fingen o creen ser felices sin darse cuenta del
tamaño de piedras que están a punto de invitarlo a acercarse a la desdicha. El
que quiera amar, creo yo, debe saber que nada saldrá como uno quiere, que el
amor no es para cobardes, deberá saber que la casualidad no existe, que no siempre
tendrás a alguien así la ames y también que el amor no es ninguna batalla, no
hay trofeos, es todo lo contrario, el amor difiere de la pelea, de la guerra,
el amor es solo eso, es tan solo amor.
Han pasado tantas cosas amiga, he
cambiado todo, hasta de ciudad y espero
que este cambio sea un despegue de ilusiones y el pragmatismo de mis logros.
Tengo tanto por andar, hay tantas cosas que desconocía y desconozco. Tengo
tantas ganas de salir, de abrirme por el mundo y respirar el aire de otras
zonas, escuchar la risa y el llanto de otros hombres, escabullirme entre las
calles de ciudades ajenas, conversar de cosas distintas, fotografiar rostros de
otros hermanos, encontrarme con nuevos ojos, enamorarme del mundo, luchar por
él. Si en esta carta hay alguna confesión, es que quiero ser pasajero del tren
de la tierra, rodar y luchar por cada pueblo que me acoja.
Te extraño mi gran amiga, extraño
tu voz, tus respuestas, tu risa, tu “sublimínate” y recuerdo con mucha
nostalgia, las nueces con nuestros nombres, las tardes enteras en la academia,
aprendiendo de ti, enamorándome de tu risa, tu pasión, sencillez y fortaleza.
Sin duda me he visto obligado a aprender a vivir sin ti; por eso te extraño,
contigo tenía y tengo tan buenos ejemplos, tan buenos recuerdos.
Hasta la victoria siempre… Sofía…
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