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EN LA RELIGIÓN NO SE PIENSA, NI SE SIENTE: SE SIGUE AL REBAÑO...

Muchas veces me pregunto, cuales son las razones que nos llevan a creer en que existe o podría existir un Dios todo poderoso que gobierne apáticamente el universo y que haya tenido capacidades notables para la literatura como para dejar sus preceptos en libros que ostentan esforzadas frases de paz y bondad. Sobre todo me cuestiono todo esto, porque hoy, en plena globalización, en esta etapa elevada de modernismo, donde la información se hace cercana a las masas de forma sencilla, cómoda y rápida, no entiendo, no cabe en mi cabeza creer que podemos seguir pecando de ingenuidad.


Cuando hablamos de Dios todo poderoso, nos referimos acaso a una efigie que indiscutiblemente es la mayor fuerza, insuperable, inquebrantable. ¿Por qué al hablar de religión o de fé hablamos de poder? Yo no lo entendía, claro, a mis pocos meses de vida, bajo la inconciencia propia del desarrollo biológico de mi infancia, me bautizaron como católico, yo sin siquiera haber aceptado tamaño sacramento. Sin embargo fui ungido por “La gracia de dios”, en manos de un sacerdote. Pero al iniciarme en el bautizo incluso aprovechándose de la ingenuidad de mi madre, me condenaron a vivir bajo los preceptos religiosos de mi familia, sin siquiera haber tenido la ventaja de decidirlo por mí mismo (Me gustaría que esto algún día sea considerado un delito en contra de los derechos humanos. Pues debe ser un derecho muy íntimo el elegir nuestra religión o ideología). Cada que se bautiza uno más, la iglesia cuenta uno más en su comunidad de obedientes y dóciles de su ganado humano. Y hablan de pastores y rebaños, condición básica seguida por las repeticiones constantes de credos a los que somos completamente ajenos, oraciones como el padre nuestro y el ave maría y a todos los santos que acompañan como séquito a un desconocido dios. Que es venerado entre imágenes absurdas y uno y otros símbolos también absurdos.

El siguiente paso es la formación religiosa, que es obligatoria en los colegios, donde los pobres acarreados (Nosotros y me incluyo) nos vemos comprometidos a asistir por obligación. Tuve que hacer la primera comunión, sacramento que simboliza la muerte y resurrección del maestro Jesús. Me prepare entre monjas y cientos de niños hechizados por completo por un sueño de paz (de la que no teníamos un mínimo de idea de lo que podría significar). Y hubo ceremonia y lujo y recuerditos. Apenas dos semanas después, no pude concentrar mis esfuerzos por comulgar y opté por el futbol antes que las desagradables misas. Mi vida religiosa hasta ese entonces carecía de magia.

A mis 10 años, vivía quejándome a Dios, todas las tarde que regresaba de la escuela, claro, iba por avenidas desoladas para que nadie se diera cuenta que estaba hablando solo. Y me quejaba de todos mis problemas porque tenía la ilusión de ser escuchado y lo más importante: Atendido. Y es probable que en aquellos tiempos tuviera mayor rigor en mis creencias, era tan sencillo, tan solo debía creer en los textos bíblicos. Y tampoco puedo negar que entre mis plegarias obtuve muchas respuestas que aún no tienen explicación, sobre todo cuando las respuestas eran oportunas y claras, contundentes en otro momento. Lo que la iglesia nunca se percató es que en mi espíritu de pobre diablo nunca hubo deseo de confesiones y toda esas ceremonias sin sentido. Simplemente porque no existía confianza para contar mis más íntimos secretos. Y si Dios existía yo le gritaba en voz alta una y otra vez mientras regresaba de la escuela aturdido por las ecuaciones, las reglas ortográficas y los primeros acercamientos a las ciencias naturales.

Fui siempre un pecador con la frente en alto. Ingresé a la confirmación atraído por el carisma de una chica de quince años, quien despertó los primeros sentimientos propios de la edad y la catequesis y sus maromas de evangelización podían ser la trampa perfecta para atraparla. Sin embargo ya dentro de la preparatoria no encajaba. No podía conformarme a creer que una vela era Dios, que una imagen era Jesús el Cristo y por último aunque sonara testarudo, no creía que Jesús haya sido tan cojudo para dejarse matar por los pecados de millones de desconocidos. Nunca entendí y eso es hasta ahora el supuesto acto de amor por el que Jesús cambió su vida por mis pecados, dejando claro que en aquellas épocas yo no estuve allí… Y para colmo se me hace culpable de un crimen que no cometí. Ese tipo de cosas me hacían pensar y repensar innumerables veces las consignas que traía consigo la religión. Pero más que mi desacuerdo, lo que permitió mi expulsión de la iglesia fue mi actitud testaruda y altanera a la que un franciscano no estaba dispuesto a ceder.

Y hasta ese entonces, seguía sin comprender las razones megalómanas y ansiosas de poder a la que había sido matriculado desde mi nacimiento. Decidí huir de mi secta católica y hacer mi propia religión, de donde yo sea el único militante. Desde aquel entonces mis días concluyeron cargados de preguntas sin respuesta, o de respuestas poco claras que abrían un cúmulo de otras preguntas que atolondraban mi mente. Sólo estando completamente desligado de la religión pude optar por mi propia forma de comprenderme a mí mismo hasta el punto de poder comprender a los demás seres y valorarlos. Y Dios, empezó a existir para mí, desde mis diecisiete años, luego de recorrer grupos y órdenes religiosas con una y otra pregunta, muchas de las cuales no fueron respondidas jamás. Y aunque es complejo, entendí la necesidad que tiene el hombre de tener un Dios capaz de escuchar sus verdadero sentimiento, preocupación o necesidad. Siempre se gastaron los sacerdotes repitiéndome que era un hijo de Dios, pero si somos hijos de Dios, por qué dejamos que el mundo se destruya a bombazos, balazos. O simplemente como no podemos con nuestras vidas, superarnos como seres indiiduales y únicos. Incluso por que no comprendemos ese sentido de identificación de ser completamente únicos y especiales. Pues las oraciones no bastaron para solucionar eso. La vida, la realidad y el mismo mundo exigen conciencia, exige despertar del letargo que nos tenía obnubilados con el cielo, las nubes y los angelitos y la vida eterna. La conciencia, es más que ese puente que comprende entre lo bueno y lo malo, es mucho más que la simple fé, es para mí tener la seguridad de que yo existo (Bastante egocéntrico, claro está) de que yo soy el protagonista de mi propia historia, de que soy libre para pensar, creer y aferrarme fervorosamente a lo que yo considere lo más apropiado.

Si existe una religión que es imposible de practicar es el amor, porque existen millones e factores que evitan que este se produzca. Y no se trata de fabricar más y más información para llegar a las mentes de las gentes. La gente ya está harta de leer buenas nuevas en libros antiguos, revistas o en la millonada de cadenas spam religiosos que circulan atosigando la red.

La mejor escuela es la de saber y para esta no podemos tomarnos el lujo de confiarnos exclusivamente en lo “Bueno”, pues esto podría ser perjudicial para el que quiere ser entendido. Lo que es aparentemente “Bueno” contrariamente puede generar experiencias negativas o “malas”, porque nunca conocimos ese otro lado, de ese modo nos encontramos indefensos ante la adversidad. Por eso los dogmas y reglas lo que hacen es encerrar a los seres en ánforas, cuyo epitafio se reduce a “NO PIENSES, TEN FE NADA MÁS”.

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