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EL PLANETA ESPECIAL



En el Jr. Cumbe mayo, llegando casi a la vía de evitamiento, está el centro especial, no es un hogar ni mucho menos una guardería, es un centro de formación básica de personas a las que nosotros inhumanamente llamamos discapacitados.

Una larga puerta de metal, pintada con un grueso de esmalte crema se impone. En el portón, hay una ventanita chiquita, donde apenas asoman los ojos vigilantes de una señora de aproximadamente cuarenta años, abiertos de par en par. Ella tiene rasgos campesinos. Abre la puerta lentamente, luego de escanear con su mirada hasta el último de sus visitantes. En la recepción hay unas banquetas largas, delgadas, poco cómodas, donde hay dos señoras entretenidas en una conversación de política y el precio del pollo, meneando las manos en ademán de grandes conversadoras.

Aparece la mirada tímida de un niño, asomándose detrás de la esquina. Tiene los ojos sobresalientes, los labios en forma de piquito de pato, pestañea mirando seriamente. Empieza a aparecer lentamente, todo su cuerpo: sus orejas son grandes, tiene poco pelo y camina agitado vociferando sin poder entenderlo. Usa un jean amplio en la cadera, es panzoncito. Su camisa a rayas coordina con el color de sus zapatos que tienen una horma rarísima y una plantilla de aproximadamente 8cm, que le permite corregir su andar.

-Eliseo; lo llaman y él se despide enojado.

El centro especial es una casa amplia, con jardines y flores por doquier, con pasadizos bordeados de alambre. Con unas cabañas de material noble, muy pequeñas que parecen kioscos. Precariamente tienen todo. Los juguetes son latas de leche de varias marcas y tamaños pintadas con esmalte, cubitos de madera, sonajas, tambores, rompecabezas. Las mesas alcanzan los 58cm de altura y las sillas son muy pequeñitas. Los niños se quedan absortos cuando ven a un extraño que se acerca y les sonríe o les toma una foto, o les saluda con amabilidad y los abraza, pero lejos de eso, reconocen el afecto. De una vez que están abrazados, ya no se sueltan, aman, quieren.

Tienen un teatrín, iluminado con más de quince gradas, un vestíbulo, cámara de operadores y luminancia, pero esta no tiene público, normalmente anda vacía. Caminando un poco más, luego de abandonar el umbral del teatrín, está la cancha de futbol, con sus arcos, pero sin ninguna pelota. Hay niños con sillas de ruedas circundando por ahí, otro que pretende darle el raquetazo a la pelota sin poder lograr luego de doce intentos. Otro pequeño, se arrastra como una salamandra hasta mis pies, levanta la mirada, sonríe y dice Hola.

El aula, de salamalandrín (porque es muy vivaracho), es verde, muy verde, como queriendo introducirles la esperanza. Hay unas colchonetas azules, pelotas gigantes mordidas y parchadas grotescamente con esparadrapos de varios colores. Espejos amplios, parchados también con cinta adhesiva. Desde ahí se observa el reflejo de un niño sentado. La profesora, se sienta y cuenta que ese niño ha sufrido una parálisis cerebral por desnutrición crónica. El sigue pintando, no entiende las conversaciones de los adultos. Todos saben hacer algo, pintar, leer en braille, cantar, tocar algún instrumento, saben vivir y valorar lo que tienen. Son de esas especies que brillan pero distinto.

Hay un lavadero de dos metros de largo. Una señora de faldón azul y mandil blanco le enseña a lavarse las manos con paciencia maternal a una adolescente con síndrome de Down. Hay un olorcito a comida callejera, detrás de una puerta laqueada de marrón, se pueden observar unas gaseosas Inca kola y Pepsi que lucen con un brillo tentador. Un olor a caldito trasmina. Las madres que colaboran ahí, alcanzan a todos un plato de caldo verde, con mucho queso. Todos se apresuran a alcanzarlas, los niños sonríen. Otros toman el sol, otros juegan en los toboganes.

Esa es su vida, tan simple, tan sencilla. Al salir del lugar, llegamos hasta la entrada que se encuentra oscura y triste. Cuando la puerta se abre se siente una especie de transportación de un planeta a otro, o del ensueño a la realidad. Los niños se quedan ahí, algunos llorando otros sonriendo, alzando la mano en señal de despedida.

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