Es una mujer de Chimpúm Callao, muy buena, en todos los sentidos. Tiene una mirada serena y unos ojos negros que resaltan más arriba de su nariz perfilada. Su piel canela que arde y trasmina un aroma de mujer acanelada y frágil Casi así como esas flores frescas, que da ganas tenerla adornando la mesa de la recepción. Unas caderas que menean en un ritmo acogedor, sus voluminosos pechos parecen caminar también a zancadas. Mariela, es una joven dulce, fuerte. Muy ejemplar. Su voz mantiene un timbre afónico, parece que se maneja su calle, como todas las morochas que lucen sus traseros por la Avenida Sáenz Peña.
Usa un jean apretado, muy muy apretado. Tan ceñido que puedes alcanzar ver las pretinas de su ropa interior resaltando la forma en que la cubren. Su caminar es más que un espectáculo. Mucho más cuando sonríe y mueve el pelo hacia atrás. Usa un polo celeste, muy ceñido que logra estimular la atracción de los ojos de todos hacia sus pechos redondos.
Sube a una combi que dice “La marina, Javier Prado”. Esta callada siempre, y revisa fotografías en su celular. Tiene una niña muy linda, con una sonrisa tan acogedora como la de su madre. Ella revisa el celular una y otra vez y hace gestos de apuro.
Su madre lleva cinco años postrada en una cama. Mariela es su única hija, y ahora es la responsable de mantenerla viva en todo su estado vegetativo. Mariela, sonríe y es capaz de hacerte creer que está bien, porque su sonrisa es como una magia que te hace observarla, quedarte en sus ojos morenos que pestañean lentamente y mantienen una línea de contacto entre sus pupilas y las tuyas, quizá absorbiéndote, contaminándote de su feminidad. Tan voluptuosa la morena, tan sencilla, tan clara, tan natural y hasta muy ingenua.
Tiene veintiséis años, los ha cumplido hace poco, pero parece que la edad no hubiese causado algún efecto en su cuerpo de oro negro, que brilla y seduce. Le gusta la playa, sobre todo vivir instantes eternos mientras las olas manosean la arena cada cinco segundos, despacito.
Usa un jean apretado, muy muy apretado. Tan ceñido que puedes alcanzar ver las pretinas de su ropa interior resaltando la forma en que la cubren. Su caminar es más que un espectáculo. Mucho más cuando sonríe y mueve el pelo hacia atrás. Usa un polo celeste, muy ceñido que logra estimular la atracción de los ojos de todos hacia sus pechos redondos.
Sube a una combi que dice “La marina, Javier Prado”. Esta callada siempre, y revisa fotografías en su celular. Tiene una niña muy linda, con una sonrisa tan acogedora como la de su madre. Ella revisa el celular una y otra vez y hace gestos de apuro.
Su madre lleva cinco años postrada en una cama. Mariela es su única hija, y ahora es la responsable de mantenerla viva en todo su estado vegetativo. Mariela, sonríe y es capaz de hacerte creer que está bien, porque su sonrisa es como una magia que te hace observarla, quedarte en sus ojos morenos que pestañean lentamente y mantienen una línea de contacto entre sus pupilas y las tuyas, quizá absorbiéndote, contaminándote de su feminidad. Tan voluptuosa la morena, tan sencilla, tan clara, tan natural y hasta muy ingenua.
Tiene veintiséis años, los ha cumplido hace poco, pero parece que la edad no hubiese causado algún efecto en su cuerpo de oro negro, que brilla y seduce. Le gusta la playa, sobre todo vivir instantes eternos mientras las olas manosean la arena cada cinco segundos, despacito.
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