En el Jr. Cumbe mayo, llegando casi a la vía de evitamiento, está el centro especial, no es un hogar ni mucho menos una guardería, es un centro de formación básica de personas a las que nosotros inhumanamente llamamos discapacitados. Una larga puerta de metal, pintada con un grueso de esmalte crema se impone. En el portón, hay una ventanita chiquita, donde apenas asoman los ojos vigilantes de una señora de aproximadamente cuarenta años, abiertos de par en par. Ella tiene rasgos campesinos. Abre la puerta lentamente, luego de escanear con su mirada hasta el último de sus visitantes. En la recepción hay unas banquetas largas, delgadas, poco cómodas, donde hay dos señoras entretenidas en una conversación de política y el precio del pollo, meneando las manos en ademán de grandes conversadoras. Aparece la mirada tímida de un niño, asomándose detrás de la esquina. Tiene los ojos sobresalientes, los labios en forma de piquito de pato, pestañea mirando seriamente. Empieza a aparecer lent...