Desde niño soñé que cuando sea grande y sienta que haya aprendido algo, y me sienta en la capacidad de diseminar esa poca de conocimiento a los que necesitan, me preocuparía por encontrar los espacios donde compartirles las migajas de mi conocimiento. Este es un sueño que este año me dispuse a cumplir. Antes había compartido mis experiencias en pintura o teatro con otros y sinceramente en esas épocas sentía que era yo quien estaba sumido en la más vaga ignorancia. Pero ahora, ya más madurito y con mayor preocupación por la mejora de la educación y la intensificación de la aplicación de los conocimientos escolares a la vida real, despertando la creatividad y la iniciativa en los jóvenes de hoy, veo que más que un compromiso, es una pasión por avizorar el cambio y sólo puede empezar en las aulas; cambios conductuales, aptitudinales, etc.
Así que me ofrecí a servir. Un profesor de la universidad, Tomás abanto, me comunicó que había la posibilidad de integrarme a una plana del nivel secundario del colegio “Toribio Casanova López” de la ciudad de Cajamarca. Fui allí y me encontré con tres o más profesores que en algún momento me enseñaron en mi secundaria y dedicaron el mismo esfuerzo que ahora pretendo dedicar a mis alumnos.
El primer día de clase me tocó al salón de quinto A, un grupo de jóvenes aparentemente entusiastas, obedientes, respetuosos que quizá tuvieron la mala suerte de encontrarse conmigo y peor aún, encontrarse con que yo quiero dejarles algo grabado en las mentes. Algo que va relacionado con la CREATIVIDAD. Quisiera únicamente que supieran, que para toda situación difícil hay una salida. La hay, y a veces pueden existir muchas válvulas de escape, pero hay que elegir la mejor, la más efectiva. Eso es lo más importante.
Hice un test, con cuatro preguntas que para mí siempre son básicas. ¿Qué harías si fuera el último día de tu vida?, ¿Cuáles son la personas con quienes pasarías el último día de tu vida?, ¿Qué harías al estar solo en el desierto?, Y ¿Cuál es el sueño más grande de tu vida? Esas preguntas me las hicieron a mí en algún momento y recuerdo haberlas contestado sin pensar, únicamente escribí lo que sentía, sin buscar quedar bien con el docente ni nada. Y él se pudo dar cuenta de muchas cosas de mí, tan sólo con ese breve test. Y me ayudó.
En esta aula, note que hay mucho por hacer y mejorar. Probablemente estos chicos necesiten de un amigo, no sólo de un profesor que venga a arrinconarles más y más teoría. Noto ausencias, noto temores y flaquezas que hay que remediar de alguna manera. Porque estoy seguro que ellos pueden haber aprendido mucho en sus largos cinco años de secundaria, pero eso sin motivación quizá quede como un recuerdo. Hay que invitarlos a ambicionar el crecer. Hay que motivarlos a cambiar su realidad, a lograr objetivos y metas. Probablemente si recurrimos a los porcentajes, puede ser que el veinte o treinta por ciento no estudie una carrera superior. Entonces, así no tiene sentido haberse matado tantos años. Hay que motivar al alumno.
Lo cierto de todo esto es que yo también estoy aprendiendo. Esto es un amor desinteresado, donde uno da sin importar beneficio. Donde la única razón que hay para seguir pisando sus aulas es la fe en que el desarrollo no es una quimera lejana. Es afianzar en las metes que si podemos cuando todos ponemos un poquito de sudor en la cancha y colaboramos con el resto. Me estoy esforzando y mis alumnos quizá no lo saben. Pero a veces de todo un curso entero y de un año sólo se nos quedan una que otra simple frase que nos encaminará. Y si eso les ayudaría, que dicha para mí. Si ellos utilizan bien las herramientas que les doy y saben aplicarlo en su vida. Que bien se sentirán ellos.
Adelante…
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