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El circuito de los sueños


Me arden los labios. Me arde la médula y la alegría. Me arde la noche. Me arde la idea de oír su voz. Soy la esencia de la piedra, pero las piedras también se parten, se hacen añicos, también se les rompe el alma. Soy el exceso de lo establecido, las ganas de evadir el rumbo, la meta sin ilusión, el sueño que no abruma, la ansiedad compungida.

Me pongo a disposición del aire que es lo único que se mueve. Usted sabe que el tiempo es solo un reloj cuyas manecillas dan vueltas y vueltas.

Estoy distraído.Antes de consumir ya estoy disuelto, del polvo al polvo. Retorno de la ilusión a la miseria. Llegaré, como siempre. Como cuando llega la calma, siempre inoportuna, tarde.

Ya no tengo ganas de una nueva camisa, he perdido la fe en el octubre. Estoy sobre un pilar de alucinaciones a la que llamo realidad. Yo mismo me he movido de mí. Estoy dos pasos más a la izquierda, en no sé qué lugar.

A veces creía que el vacío me vendría bien, no pensaba  volverme un rumor, un asunto de suerte. Soy la prueba de toda desconexión, de toda desviación, de la perversión total de los nervios, la crisis en sustancia.

No hay ni uñas, ni dientes, ni fuerzas. La esperanza ha superado la ridiculez. Si son las dos de la mañana, vuelve a serlo otra vez y otra vez y otra vez.

La última vez que me vi, era un presagio, un bosquejo, una proyección inacabable. Sentirse un proyectil extraviado. Me gusta esa luz dorada en el fondo de la tarde. Sientes que te abraza la inmensidad. La luna siempre esta quieta, las nubes corren a abrazarla pero ella ni se inmuta.

Yo siempre sigo al viento y él me lleva a mí, mientras todos creen estar vivos yo no me siento así.
Para tu tarde invito a las luciérnagas, para tu noche, conspiraciones malévolas.

Después del accidente nada ha sido igual, he sobrevivido y nadie me consultó si ese era en realidad mi deseo. Estoy enfermo, lo admito. Me ha podrido el día a día, la felicidad y el falso éxito.

No me culpes a mí. Yo no elegí estar aquí. Esta felicidad que duele, este dolor que abraza, ese rostro que acude a mí y me suspende y otras veces me anula. Esa felicidad impostada, la más autentica gana de no estar vivo.

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