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Réquiem a la Libélula Azul...

Me gustaría poder volver a ese diciembre donde todo florecía con una magia asombrosa, donde las palabras dulces aleteaban como mariposas por todos los rincones como componiendo una primavera armoniosa a inicios de un verano plácido. Hubiese deseado grabar las escenas en algún dispositivo que las reproduzca con sonido envolvente, aromas y texturas en mi cine mental, algo inmenso me estremecía. No sabes que tan inmenso.

Adoraba la naturaleza con la que se producía todo. Aparecer de la nada, florecer de la nada, vibrar de la nada, sumergirse en la nada, descender de la nada o subirse a la nada para mantenerse en ese espacio completamente ausente. Yo no quise tenerte nunca y te tuve como quinientas veces. Y aunque hubiese querido tenerte por lo menos unas dos mil o tres mil veces más, solo hubo lo que hubo. Me embrujaba excesivamente verte caminar con tu vestidito turquesa, con tu cabello extendido, flotando delicadamente por la acción del viento. Aún tengo grabado en mi gran lienzo, en mi recuerdo, tu rostro ensimismado mirando el mar desde lo alto, como queriendo respirar todo ese aire fresco de una sola bocanada.

Yo te amé, incansable, como se ama. Soñaba como un niño, aparecíamos deambulando por la playa. Tu vestida de angelito, con tu aureolita de papel de cigarrillo flotando sobre tu cabeza, con tus alitas alquiladas peleando siempre con el viento. Yo me veía sosteniendo tu mano,  adornado de un rojo intenso, con mis cuernos, mi rabo y mi trinche. Haciendo la dupla perfecta en un día sin fecha. Siempre a orillas del mar. Soñaba siempre, cosas tiernas en su mayoría. Tú eras el centro de todo, la atracción principal de todas mis funciones. Te volviste el ambiente perfecto para que yo naciera una o tres veces, quién sabe más.

Lo difícil es explicar cómo te amaba, porque cada quien ama a su manera. Ama como puede, igual que sobrevivir. Yo era un niño semidormido, es probable que gran parte de los momentos felices que haya podido pasar contigo no los haya vivido, sino los haya soñado. Pueda que esto suene muy poético como para convencerte; pero fue así. Yo soñaba, era muy temprano para proyectarme, en ese momento lo sabía, pero lo hacía. Me veía contigo metidos en algún proyecto mutuo, construyendo algo juntos. Me arrancabas la ilusión de raíz, porque tus miedos, esa dictadura enfermiza que habita en ti, te decía que planear las cosas nunca saldrían como las trazaras y que mejor era no planear, no soñar. Me trajiste a la realidad así a sopetón. Y yo que no suelo ser nada estoico, sí claro, empecé a volverme excesivamente racional, en todo. Y empezaban mis cuestionamientos a la razón que nos unificaba, había momentos que no encontraba nada. Y sí coincidía, porque todo partió de la nada. Yo no sabía que iba a terminar en lo mismo. En ese momento yo era un desahuciado, abundaba en mí la fe.

Mi blog recoge varias confesiones y desahogos a esos momentos en que no comprendía nada. Algo que nunca comprendí, que mi ser no puede comprender y apenas tolerar es enterarme de tu hemisferio, ese en el que circula tu vida. “Tu mundo”, así como le llamas, ese planeta de pañuelos donde orbitan seres de otra clase, de otro gusto, que no pueden comprender, ni valorar a los extraterrestres que tal vez por naufragio aparecieron por sus lares. Tu miedo a ser vista, a que supieran que eras amada. Como si yo hubiese nacido con escamas y cola de armadillo. Ese mismo mundo en el que reinas, donde toda tú brilla como un astro alentador. Yo te veía bailar y la gente disfrutaba tu danza como se disfruta el poniente, con ilusión, con respeto, con disfrute. Pero yo era el extraterrestre que esperaba finalizar las funciones. Yo era el chico serranito al que empujabas siempre a andar erguido a no agacharse nunca, a mirar a los ojos. Yo era el manifiesto exacto de un ser adorable, pero de lejitos. Aun así todo fue mágico, tú lo sabes. Nunca quise nacionalizarme en alguna región de tu mundo. Yo te quería dentro o fuera de él.

Han pasado tres años y un poquito más. Sinceramente no quiero recordar cosas tristes, porque recordarlas no reparará nada. Pueda que solo nos ayuden a comprender las razones por las que deambulamos separados. Me declaro culpable de todo lo que anuló lo que yo siempre creí, mi sueño. Pues nunca te vi soñando hombro con hombro. No puedo culparte a ti, porque tú y tu mundo tenían ya de por sí cientos de obstáculos para atreverse. Te acostumbraste a ganar siempre, tenía la sensación de que creías que la relación era también una especie de competencia. Jugabas a no equivocarte y lo hacías siempre. Quizá eso sea lo que más detestaba de todo; sin embargo ahora sé que hacías bien, que nunca te equivocaste en lo absoluto. Simplemente actuaste como debiste. Nosotros ya estuvimos, ya terminamos, y pueda que nos veamos de viejos, pero solo faltaba descubrir con dolor que todo eso ha transcurrido. Yo también aprendí a batallar, aprendí lo que tú llamaste “voltear tortas”, respondía a tus ataques con tus propios ataques y siento que así nos fuimos lastimando el uno al otro hasta hacernos imposibles. Y en ningún momento pude dejarte de amar, es probable que en esos momentos te amara más incluso.

Pasaron primero seis meses de separación, luego otros meses, y otros meses y de pronto un año sin ti y siempre tuve que ir yo a buscarte, pues era obvio. Nunca te equivocabas. Y cierto, el culpable debe ir a arreglar las cosas que se jodieron. Entonces yo siempre y creo que hasta esta última vez que te vi fue así. Yo fui a por ti. Yo no dejaba de saludarte y desearte lo mejor. Siento que tu respondías nada más que por inercia. Las cosas se gastan amiga, todo lo que muere es porque algún día habría nacido. Yo te amé. Puedo jurarlo, hay quienes corroborarán a todo esto que expongo. Se ha ido la ilusión, yo ya no sueño como antes, ya no vuelo sin paracaídas. Ya no sueño, ya no planeo. Aprendí.

Y cuando expreso esto me doy cuenta que tal vez aparte de amarte me obsesioné con la ilusión de que podríamos seguir deambulando como lo hacen las libélulas, con libertad, con locura, con espontaneidad. Imaginemos que lo que hubo entre nosotros era un árbol inmenso, con flores, muy frondoso, con un verde de distintos tonos, lleno de vida. Pero un día el capricho nos invadió y tiramos de sus ramas y fuimos cortándolas, arrancando sus hermosas hojas, arrojando los frutos, mutilando el tronco, estropeando las raíces. Ese árbol ya no existe, pero yo aún permanezco observando el hueco donde antes se desplazaron las raíces y quizá estés a la otra vertiente mirando lo mismo o no negándote a ver. Nosotros estamos, el árbol, lo matamos.

Por eso, mi adorada libélula azul, carita tierna, corazón de niña, ya no te arriesgues a lo mismo. No he sido lo mejor de tu vida. Pueda que haya sido lo peor. Mi perspectiva me tienta a incitarte a lo nuevo. Nuevas experiencias, oxigenar tu mente.  No temas a lo nuevo, no creas que siempre serás “mucho” para los demás. Recuerda siempre que quien es justo en lo pequeño es justo en lo grande. Para mi fuiste lo justo, lo que me tocó y yo te recibí poco a poco, al final aceptándote con todo, hasta lo que odiaba. Te acepto así. Cuando te decidas por esta nueva persona no intervengas a estimular a ese ser a convertirlo en otro tipo de ser, a apaciguar su enérgico trato, a que se corte el pelo, o que se rasure, o que se vista diferente, que hable o diga cosas correctas. Si te canta, disfrútalo. No le cambies ni un pelito, o en todo caso elige otro que tenga el pelito más allá, los ojitos más acá, la razón un poco así. Los hombres y las mujeres no somos de plastilina, sentimos, somos como somos. Aprendemos, sí. Pero el maestro predica con sus actos. Cuando aparezca este ser, no te quedes, atrévete a comprender que no hay batalla, que ganar no es perder y perder no es ganar. Entiende que no debes dar exactamente lo mismo que te dan. Que tus dones son inmensos y que los dones de todos son inmensos. Cuando estés frente a él, abrázalo sin temor a que se vea feo que te vean abrazarlo. Abandona la vergüenza, recurre a la transparencia, a la verdadera desnudez del espíritu. Vive el ahora. Y que los próximos cinco segundos que transcurrirán ya son un momento distinto y que debes disfrutarlo como algo nuevo y único.

Intento también que aprendas de las cosas que pasan o las que pasaron antes de nosotros, para no repetir historias desagradables o para no cometer los mismos errores que otros cometieron o que nosotros cometimos. No quiero ser como el estúpido de mi padre, por ejemplo. No quiero repetir las conductas que él tuvo y que marcaron llagas imborrables en mi alma. Yo aprendí mucho de ti, maestra. Y en estas letras lo admito para que tengas pruebas legibles de mi agradecimiento a tu gran aporte. Yo aprendí de todo, de absolutamente todo. Aprendí que no me cortaría el pelo nunca más así de eso dependiera la salvación del mundo. Aprendí que mis chistes no dan risa, las rutas de los buses, lo que es aliviarse de un robo, aprendí a encontrar mi pasión, conocí que nunca deberían invitarte verduras o legumbres porque harás un escándalo tremendo. Aprendí que en el karaoke siempre querrás cantar más veces que todos. Aprendí a soportarte con todas tus pulgas. Pero lo más importante de todo, aprendí a descubrirme, a encontrarme. Gracias, sinceramente. Aprendí que el conquistador por cuidar su conquista se vuelve esclavo de lo que conquisto. Intentaba que todo funcionara bien, que no haya motivos ni razones para que lo nuestro perdiera armonía pero era tanto el interés de que todo marche bien, que cada vez que algo se salía de control, todo iba camino a la despedida. Te ibas y hacías bien.

Yo ya no sueño contigo amiga. Y perdona que lo diga así de brusco. Sé que puede sonar injusto que sea yo mismo quien te invite a algo nuevo con alguien nuevo. Pero siento con sinceridad que será lo mejor para ti. Tu corazón es hermoso. Te amé por eso. Eres grande. No me hubiera enamorado de una petiza de espíritu. Me enamoré de toda tu genialidad. Pero no quisiera que confundas al amor con la costumbre. Matemáticamente las probabilidades de que ambos nos llevemos bien de forma ininterrumpida son nulas, no podemos estar más de ocho horas sin discutir. No te mereces eso. Eso no quiere decir que seas mucho, sino que tal vez yo soy mucho. Sí, mucho daño para ti. Las últimas experiencias juntos han demostrado fehacientemente que ambos nos llevamos bien cuando no estamos juntos y yo he aprendido a disfrutar de esa lejanocercanía rara en la que nos encontramos.

Que todas estas letras sean recibidas con mucho cariño, así como fueron escritas; a pesar del rigor mismo de su contenido. Nunca nadie será más sincero contigo y ese será siempre mi mejor sello. Último pedido, ya no te hagas la robot, no comas chatarra (pedido que tengo la certeza que jamás cumplirás).

Con todo el afecto del mundo para Libélula Azul-


Comentarios

La chica de filigrana ha dicho que…
Gracias elevado a la infinito. Espero que no me olvides ni olvidarte. Luz en tu camino. Nos vemos de viejos, viejo.

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