QUIEN SOY, DE DONDE VENGO, A DONDE VOY? De estas palabras, de donde se desprende toda esa gama de reconocimientos que te hacen sentir tu mismo, acercándote a tu yo interior de manera constante, para preguntarte y responderte. Para objetarte e incluso imponerte pensamientos y mallas que capturan tus sueños. Esa búsqueda: del ser, del saber a dónde vamos, cuál es nuestra finalidad en la vida nos hace disparar sin calcular, creyendo que se hace el disparo exacto, la táctica suficiente, la estrategia correcta. Pero pasa más que un río turbio cuando el amor penetra en este recreo filosófico y tus temores se asombran de tu nerviosismo, de tu intranquilidad, de tu desasosiego, de tu premura y de la mea que emana de tu temor agazapado.
Y es cuando no necesariamente dudas, sino te hundes en el lodo del espanto, sucumbes ante tus propias debilidades, te aplastas en las cloacas y te pudres en tan solo instantes, ni siquiera respirar porque tu cuerpo se deprime de horror. Vaya sensación, vaya angustia que se clava en mi garganta cada fin de semana, cada momento en que siento que no puedo derrotarme, que insisto en atropellar toda la mucosidad que hay en mi camino y que me hace resbalar y perder mis más grandes tesoros. Tesoros verdaderos, más valiosos que talismanes y piedras preciosas, quizá aquellas piedras que se divirtieron en tus manos como mensaje mío, como estrategia mía para tenerte bajo mis simplezas. Y puedo tener todo lo que quiero, todo lo tangible, todo lo que sueño o me planteo a mediano o largo plazo se me avienta como un desparpajo y se acomoda en mis pies. Lo tengo todo; pero todo se resume a nada, porque todo es tan descartable, tan plástico y tan palpable que no inspira mi más mínima codicia. Porque tú nunca fuiste trofeo por el que muera en el intento de alcanzarlo, nunca lo fuiste.
Y cuando decía que eras mi vida, quizá si era mentira, porque no eras mi vida, eres mi vida y hasta mi eternidad, eres la complejidad de mi vana razón de existir, eres el palpito que me alienta, me basta con verte como para sentirme motivado y arrancarle a la vida todos los antojitos que se me placen, y atragantarme de cumplir deseos, pues todo lo que es material se consigue. Pero ya quisiera yo, tener el poder de ser tuyo en todo, de regalarte mis brazos para sostener todo lo que pese en los tuyos, para defenderte de quien te ataca, para amotinarme en tu mente y calmar todos tus traumas y laceraciones y costras que deambulan por tu corteza lastimándote a cada instante con punzadas diarias de melancolía. Ya quisiera estar ahí donde duermes y poderte observar y estar cuando lloras en ausencia de todos y en compañía de nadie, y lloras hasta arrancarte las ganas de seguir llorando, y hasta te aburres de tu llanto para calmarte. Muero por ser tus pies, para recorrer contigo todos los lugares que pisas y los recuerdos que llevas y empujas día a día. Ya quisiera ser tus ojos, ya quisiera poder comprender tu asteroide donde se cimientan todas tus ilusiones y saber qué esperas de mis manos, una caricia o un empujón hacia adelante. Qué esperas de mi boca, un beso plácido o una canción de amor, que esperas de mí, que esperas de mis rezos y mis ganas.
Y si tan solo supieras que mi temor, mi único temor lleva mi nombre, que soy a mí a quien temo, porque he querido limpiar tus ardores de miedos para instalar mesones de seguridad, que se llamen mis brazos, que he impulsado acordes en mi guitarra para decirte que hay alguien que puede hacerte feliz, que puede convertir una lágrima en un verdadero espasmo de risa. Quise imponerte mi compañía, acomodarme el título de compañero para actuar a tu costado, para lucharla y amotinarnos en cada batalla hasta ganarla. Pero es mi miedo, el que me sacudía cada vez que no puedes confiar en mí, me sentí inútil, inservible, inseguro y medio muerto. Probablemente los momentos en que me convertí en absolutamente nadie.
Son mis miedos la piedras más pesadas de mi alforja, porque en el afán de ayudarte, de tomarme esa estúpida potestad, me olvidé de un gran detalle que ahora me pica en la conciencia como rascándome la sarna, con comezones sangrantes: Me olvide de amarte cómo eres, y empecé a estilizarte a idealizarte, a motivarte a ser distinta, preso de mi inconformidad de algunos defectos tuyos. Muchos se atreven a decir que no te amo por esa sencilla razón, pero quien puede estar más seguro de ese sentimiento, quien lo siente es mi corazón, y ahí descansas segundo a segundo, respirando lento y agitado, punzándome con tu imagen. Nunca he dudado de mi amor por ti, porque esa es la razón de mi ser, amarte y envolverme de tu miel, de tu encanto, de tu compañía. También estoy ciego por que no observo algunas cosas que tú dices que existen y que son reales, que yo no palpo y no comprendo por mi cojuda ceguera, por más que intento descifrar el braille me encuentro con una necedad absurda de sentirme sin ti, sin que me necesites, sin que sea yo tu guerrero, tu defensor, tu verdadero compañero, tu fiel escudero, tu perro que habla, tu voz interior.
Sin embargo quisiera poder tener la fortaleza que tienen los sepulteros, pero no puedo sepultar mis más grandes sueños y encerrarlos en algún sarcófago para ser descubiertos milenios después, cuando mis cuerpo se encuentre devastado por los gusanos hambrientos de carroña inmunda. No puedo pisotear tus anhelos, no puedo esconder lo que siento, y no podré hacerlo nunca. Quiero tenerte como en los inicios, cuando era quien te escuchaba llorar, sin miedo, reconocer lo que te dolía enterarme de tus verdaderos traumas, navegar en ti, bucear por todo lo que tú eres, encontrarme con el hada Trois que me enseñó tanto, que se desnudó espiritualmente para dejarme conocer la belleza de su verdadero ser. Yo quiero ser y estar donde estás tú, acurrucarme a tu lado, sin estorbarte, sin levantar una mínima de sospecha de que estoy ahí, tú eres consciente que estoy ahí, y sabes que mi ventana está abierta para que vengas por mi, a rescatarme de todos los lagartos gigantes que están comiendo mi cabeza, para hacer pedazos los menstruos que me aturden y que me alejan de ti. Entra por mi ventana y ven a tomar el té a mi cajita de lata, a mi rincón de siempre, no me dejes sólo amiga, hay gente que de tanto andar se pierde y yo ya empiezo a desconocer el camino…
Y es cuando no necesariamente dudas, sino te hundes en el lodo del espanto, sucumbes ante tus propias debilidades, te aplastas en las cloacas y te pudres en tan solo instantes, ni siquiera respirar porque tu cuerpo se deprime de horror. Vaya sensación, vaya angustia que se clava en mi garganta cada fin de semana, cada momento en que siento que no puedo derrotarme, que insisto en atropellar toda la mucosidad que hay en mi camino y que me hace resbalar y perder mis más grandes tesoros. Tesoros verdaderos, más valiosos que talismanes y piedras preciosas, quizá aquellas piedras que se divirtieron en tus manos como mensaje mío, como estrategia mía para tenerte bajo mis simplezas. Y puedo tener todo lo que quiero, todo lo tangible, todo lo que sueño o me planteo a mediano o largo plazo se me avienta como un desparpajo y se acomoda en mis pies. Lo tengo todo; pero todo se resume a nada, porque todo es tan descartable, tan plástico y tan palpable que no inspira mi más mínima codicia. Porque tú nunca fuiste trofeo por el que muera en el intento de alcanzarlo, nunca lo fuiste.
Y cuando decía que eras mi vida, quizá si era mentira, porque no eras mi vida, eres mi vida y hasta mi eternidad, eres la complejidad de mi vana razón de existir, eres el palpito que me alienta, me basta con verte como para sentirme motivado y arrancarle a la vida todos los antojitos que se me placen, y atragantarme de cumplir deseos, pues todo lo que es material se consigue. Pero ya quisiera yo, tener el poder de ser tuyo en todo, de regalarte mis brazos para sostener todo lo que pese en los tuyos, para defenderte de quien te ataca, para amotinarme en tu mente y calmar todos tus traumas y laceraciones y costras que deambulan por tu corteza lastimándote a cada instante con punzadas diarias de melancolía. Ya quisiera estar ahí donde duermes y poderte observar y estar cuando lloras en ausencia de todos y en compañía de nadie, y lloras hasta arrancarte las ganas de seguir llorando, y hasta te aburres de tu llanto para calmarte. Muero por ser tus pies, para recorrer contigo todos los lugares que pisas y los recuerdos que llevas y empujas día a día. Ya quisiera ser tus ojos, ya quisiera poder comprender tu asteroide donde se cimientan todas tus ilusiones y saber qué esperas de mis manos, una caricia o un empujón hacia adelante. Qué esperas de mi boca, un beso plácido o una canción de amor, que esperas de mí, que esperas de mis rezos y mis ganas.
Y si tan solo supieras que mi temor, mi único temor lleva mi nombre, que soy a mí a quien temo, porque he querido limpiar tus ardores de miedos para instalar mesones de seguridad, que se llamen mis brazos, que he impulsado acordes en mi guitarra para decirte que hay alguien que puede hacerte feliz, que puede convertir una lágrima en un verdadero espasmo de risa. Quise imponerte mi compañía, acomodarme el título de compañero para actuar a tu costado, para lucharla y amotinarnos en cada batalla hasta ganarla. Pero es mi miedo, el que me sacudía cada vez que no puedes confiar en mí, me sentí inútil, inservible, inseguro y medio muerto. Probablemente los momentos en que me convertí en absolutamente nadie.
Son mis miedos la piedras más pesadas de mi alforja, porque en el afán de ayudarte, de tomarme esa estúpida potestad, me olvidé de un gran detalle que ahora me pica en la conciencia como rascándome la sarna, con comezones sangrantes: Me olvide de amarte cómo eres, y empecé a estilizarte a idealizarte, a motivarte a ser distinta, preso de mi inconformidad de algunos defectos tuyos. Muchos se atreven a decir que no te amo por esa sencilla razón, pero quien puede estar más seguro de ese sentimiento, quien lo siente es mi corazón, y ahí descansas segundo a segundo, respirando lento y agitado, punzándome con tu imagen. Nunca he dudado de mi amor por ti, porque esa es la razón de mi ser, amarte y envolverme de tu miel, de tu encanto, de tu compañía. También estoy ciego por que no observo algunas cosas que tú dices que existen y que son reales, que yo no palpo y no comprendo por mi cojuda ceguera, por más que intento descifrar el braille me encuentro con una necedad absurda de sentirme sin ti, sin que me necesites, sin que sea yo tu guerrero, tu defensor, tu verdadero compañero, tu fiel escudero, tu perro que habla, tu voz interior.
Sin embargo quisiera poder tener la fortaleza que tienen los sepulteros, pero no puedo sepultar mis más grandes sueños y encerrarlos en algún sarcófago para ser descubiertos milenios después, cuando mis cuerpo se encuentre devastado por los gusanos hambrientos de carroña inmunda. No puedo pisotear tus anhelos, no puedo esconder lo que siento, y no podré hacerlo nunca. Quiero tenerte como en los inicios, cuando era quien te escuchaba llorar, sin miedo, reconocer lo que te dolía enterarme de tus verdaderos traumas, navegar en ti, bucear por todo lo que tú eres, encontrarme con el hada Trois que me enseñó tanto, que se desnudó espiritualmente para dejarme conocer la belleza de su verdadero ser. Yo quiero ser y estar donde estás tú, acurrucarme a tu lado, sin estorbarte, sin levantar una mínima de sospecha de que estoy ahí, tú eres consciente que estoy ahí, y sabes que mi ventana está abierta para que vengas por mi, a rescatarme de todos los lagartos gigantes que están comiendo mi cabeza, para hacer pedazos los menstruos que me aturden y que me alejan de ti. Entra por mi ventana y ven a tomar el té a mi cajita de lata, a mi rincón de siempre, no me dejes sólo amiga, hay gente que de tanto andar se pierde y yo ya empiezo a desconocer el camino…
Comentarios