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COMO NACIÓ LA FLOR DE LA PRIMAVERA DE 1971


Esta fotografía parece mantener aun su misticismo a pesar de lo nubloso que la pueda haber convertido el tiempo en nuestro recuerdo. Es importante tener en cuenta que las fotografías en el año 1971 cumplían un papel de mucha importancia, pues era la única forma de preservar los instantes verdaderamente sublimes que regala la felicidad. Tomarse una fotografía por aquella época era un lujo que no se podía rebajar a simples fotografías, aquellas que realizamos ahora en cualquier momento y en cualquier lugar como lo permiten ahora las tecnologías digitales. Ya que las cámaras de ese entonces eran de escasa disponibilidad porque era un aparato muy complejo; más aún en un distrito tan alejado como lo es Cajabamba, perteneciente a la provincia de Hualgayoc, departamento de Cajamarca. Las fotografías de antaño, quizá fueron aquellos instantes capturados en una imagen para convertirse en más que instantes, tal vez ahora en instantes eternos.

Para entender la fotografía tendría que presentarles brevemente quién es quién y sobre todo cómo es que llegaron a posar en esta fotografía. Mi abuelo, Felipe Santiago Horna Tapia, tiene orígenes muy humildes, nació en el año de 1937 en la provincia de San Marcos, distrito de Shirag. Sus padres fueron Juan de Dios Horna Rocha y Ormecinda Tapia Paredes. Los malestares económicos con los que creció lo obligaron a enrolarse en el ejército a una edad muy temprana. Las dificultades económicas no fueron impedimento para su desarrollo espiritual e intelectual, desde que aprendió a leer inició su vicio, el cual no ha podido abandonar hasta nuestros días. Su esmerado esfuerzo alimentó su interés y talento para la mecanografía que en aquel entonces significaba mantenerse a la vanguardia tecnológica. Luego de varios años de servicio al ejército peruano postuló como secretario del poder judicial. Luego de varios años de entrega en su cargo recibió la noticia de su nombramiento, sin embargo se vio obligado a decidir entre Trujillo y Bambamarca para ejercer su profesión, pero la familia que había unido con mi abuelita María Felicitas Zumarán Narro lo instó a decidirse por Bambamarca y así es como ese matrimonio emigró hasta Bambamarca.

Mi abuela, nació en el en el año de 1937 en el distrito de San Juan, provincia de Cajamarca. Siendo la última hija de la familia formada por Jesús Mendoza Quiroz y Segunda Matea Zumarán Narro. Desde muy pequeña se adiestro en los gajes del hogar y la confección de tejidos de lana e hilo, llegando a especializarse en los tejidos de malla y crochet. Trabajó junto a su madre vendiendo sus tejidos a los hacendados de Huacraruco. Se formó tan sólo hasta el segundo año de primaria, lo que permitía una lectura correcta de textos y buen desempeño en las cuentas. Muy habilosa para el hogar, se encargó de su madre, mudándose ambas a la ciudad de Cajamarca habitando una quinta donde por cosas del destino y del no sé cómo, se enamoró de mi abuelo y gracias a esa magia que sólo el amor puede producir nacieron hijos.

María y Felipe, mis adorados abuelos por parte de madre se casaron el 3 de agosto del año 1959 cuando él había cumplido los 22 años de edad y ella pasa los 19, luego de haber vivido más de un año de enamoramiento. Un año después de su matrimonio en 1960, nació su primera hija, muy bella, a la que llamaron Esther. Esther poseía una delicadeza y finura que sólo podían tener las reynas, su belleza la envolvía en eventos e belleza desde muy temprana edad. Su nacimiento no sólo significo un aliciente para la unión de mis abuelos, sino también la principal, motivación para que él dejase de fumar. En la fotografía, Esther, había sido elegida la Reyna de la Festividad de la Primavera de todas las escuelas de la urbe en setiembre de 1965 en el distrito de Bambamarca. Mi tía recuerda que en su escuela no había sexto de primaria y que entre sus contrincantes de aquel certamen estuvo una dama de nombre Jacky Hernandez que coincidentemente era hija del Dr. Hernandez, quien fuera el jefe de la oficina donde trabajaba mi abuelo. Así fue como disfrutaron la Bambamarca donde habían emigrado toda la familia incluyendo la bisabuela Matea que ya tenía 83 años de edad. En aquella época en que Juan Velazco Alvarado ostentaba la presidencia de la República del Perú que el mismo autodenominó Gobierno Revolucionario de las fuerzas armadas, donde la pobreza dificultaba el bienestar de las poblaciones rurales. A tan sólo 28 meses que la poesía de Neruda sea valorada con el Premio Nobel de la Literatura.

En aquella foto, posaron de izquierda a derecha arriba: mi abuelo Felipe, Esther (La hija mayor), Matea (La bis abuela), María (La abuela). Debajo de izquierda a derecha: Rosario (La penúltima de las mujeres), William (el primer varón) y mi madre Nelly. Me preguntaba siempre porque sus rostros no escapaban alguna sonrisa aparte a la de mi abuela, sin embargo todos coincidieron en que fue un momento de gran felicidad. Recuerdo haberme demorado varios minutos contemplando la fotografía en múltiples oportunidades en que ojeaba el álbum familiar junto a la compañía de mi hermano Fernando.

Luego de permanecer un año y cuatro meses aproximadamente la familia regresó a la ciudad de Cajamarca, donde adquirieron una casa propia en el Jr. Guillermo Urrelo 308, donde vivieron hasta varios años después de mi nacimiento. Esta fotografía también me hace recordar los grandes momentos que pasamos en familia, y digo grandes porque cada vez que nos reuníamos había que tomar hasta tres fotografías para luego unirlas. Teníamos una mesa muy larga de aproximadamente tres metros de largo donde se sentaban a merendar los visitantes. La mejor fiesta que pudo haber en aquellas épocas eran los Carnavales y el cumpleaños de la matriarca Matea.

Otro suceso rotundo de la familia sucedió en la década del “cambio 90” y vaya que si trajo fuertes cambios, sobre todo en nuestras vidas. El 4 de mayo del año 1993, cuando nuestra viejita, la que nos acurrucaba y acariciaba con cuentos tenebrosos y dulces expiró sin despedirse y nosotros sin siquiera poder entenderlo, a sus 108 años de edad, falleció. Esto marcó un hito muy importante en nuestra historia. Quizá fue este el último acontecimiento que logró reunir a tantos allegados en nuestra casa. Una fuerte y dolorosa despedida. Dos años después, mi abuela María no podía soportar el inmenso vacío que quedó, la casa parecía no ser la misa, la misma abuela parecía no ser la misma, dejó de preparar café y de hornear pan, salvo en la fiesta del día de respeto a los muertos que era sagrada en el calendario religioso de la familia. Decidieron emigrar a la costa a la ciudad de Guadalupe donde mi tía Esther les había conseguido un terreno donde ellos volverían a empezar y vaya que si fue un cambio rotundo en sus vidas. Mi abuelo sumiso accedió con mucho amor luego de tres años de haberse jubilado como Primer Secretario del Poder Judicial de Cajamarca. Hace 15 años que viven allá junto a sus dos últimos hijos, Fidel y Karen.

Mi tía Esther, se casó con Walter Vertiz, de quien se enamoró desde muy joven, a pesar de que su vida no fue tan feliz como ella siempre soñó que fuera, tuvieron tres hijos: Walter, María Esther (La única mujer) y Erick. María Esther creció siendo probablemente el reflejo más exacto de su madre. Participó en concursos desde muy niña, luego en la secundaria y en la preparatoria para la universidad. Fue elegida Srta. Guadalupe 1999 y en varios certámenes se dio el lujo de derrotar a su entonces archirrival también Guadalupana: Marina Mora, quien llegó a ser Miss Perú. Actualmente María Esther cursa la carrera de Enfermería en Chiclayo y a la vez educa a su hijo de 4 años de nombre Diego. Anteriormente estudió Sociología en la Universidad Nacional de Cajamarca, pero la abandonó a un año de terminar la carrera. La ahora abuela, Esther Horna Mendoza a sus 50 años de edad aún conserva su delicadeza y belleza. Heredó el sazón de su madre lo que le ha permitido desde hace un año emprender un restaurant en la casa antigua de nuestros abuelos llamado: “El rinconcito de Doña Esther”.

Es así como luego de varias letras nos damos cuenta que esta fotografía puede ser el inicio a un viaje hacia atrás, donde sólo está permitido recordar y a ratos sumirse en la nostalgia de que aquellos tiempos vividos nunca más volverán.

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