Cada pasaje tiene su música, sus arpegios, sus conjugaciones, sus apariencias, sus aromas. El ritmo circense retumbando entre la confusión de los aplausos en que el equilibrista sobrevive a su insania. El calorcito tierno chamuscando las tripas de los cobardes, el reviente de las brasas enrojecidas sancochando la carne del narrador de cuentos que permanece obnubilado en su hemisferio surreal frente a la orilla del fogón. La magia de sus historias tiene un retumbe como de ultratumba, las nueces también sancochadas se sienten rancias, el narrador las mastica sin saborearlas, no se detiene. Y el fuego arde que arde, como todo. Y el carbón naranja reventando chispas doradas, amarillas y azules, las cenizas sonrojadas por la fiebre. El cuento cada vez más profundo más raspante. El viejo inventa lagos cristalinos donde algunas musas salen a bañarse antes de ocultarse el sol, detallaba con ademanes mímicos los gestos de ellas jugueteando con el agua. La suavidad de su voz hace visibiliz...